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Pero por más que el cariño hacia su padre la dominara, sentía que en su corazón había un puesto para un afecto distinto. Confesaba este sentimiento por primera vez, al hablar de la vergüenza que le causaba la idea de que su padre pudiese leer aquel diario: «Papá no sabe que por la noche, antes de acostarme, me pongo de vez en cuando a escribir en este libro.

Todas estas contestaciones pasaron en dos horas después de que el padre Aliaga volvió aquella mañana de palacio. El Consejo de la Suprema le dejó en paz esperando á ver por dónde saldría el fraile dominico, á quien todos, exceptuándose muy pocos, creían un pobre hombre.

Si de mis cartas anteriores resultan encomios para el alma de Pepita Jiménez, culpa es de mi padre y del señor vicario y no mía; porque al principio, lejos de ser favorable a esta mujer, estaba yo prevenido contra ella con prevención injusta. En cuanto a la belleza y donaire corporal de Pepita, crea Vd. que lo he considerado todo con entera limpieza de pensamiento.

Inútil me parece decir que para nosotros era un verdadero «buen retiro»; en aquellos tiempos todavía se conservaban muchas de las costumbres del Virreinato, y mi padre era para los peones y sirvientes, más que el amo a quien se debía respeto, el jefe de una dilatada familia. La capilla era quizá la estancia más interesante de la Hacienda.

El metro y los consonantes parecían el imperativo categórico de su conciencia. Recitaba sus poesías, y los oyentes se inclinaban a considerarle como a un santo padre, doctor iluminado y bendito siervo de Dios. Hablaba sin número y sin rima, y daba miedo oírle; era un desenfrenado galopín, sin creencias y sin respeto a cosa alguna.

Y, como viese que no podía, como viese que del tocarse su alma con la del Padre, ya por la palabra, ya por la mirada, cuando antes parecía que brotaban calor y magnética lumbre, entonces se formaba hielo, se lo explicó suponiendo que no hay brío ni vigor en los corazones humanos para varios afectos, y que, donde uno impera, los otros caen y desmayan, aunque sean de muy distinta condición y naturaleza.

Sólo el niño que había declamado los versos quedó solitario en su asiento, sin padre ni madre que le recibieran en sus brazos; la pobre criatura dirigió una larga mirada al dichoso grupo, y con sus premios en la mano, salió lentamente por una ancha galería en que comenzaban a amontonar ya los criados los equipajes de los niños que se marchaban.

Un valiente, amigo mío terminó diciendo el personaje . He leído lo que dicen de él sus jefes. Al frente de su pelotón atacó á una compañía alemana; mató por su mano al capitán; hizo no cuántas hazañas más... Le han dado la Medalla Militar, lo han hecho oficial... Un verdadero héroe. Y el padre, llorando de emoción, movía su cabeza temblorosamente, cada vez más envejecido y más entusiasta.

Cristela contestó: Quiero consultarle, buen hombre. Mi padre el rey me manda que elija un marido. ¿Miraré el rostro o el alma de los candidatos? El caso debía ser peliagudo, porque Bob se tiró de la barba un buen rato, respondiendo al cabo: Para casarse, casarse por amor... El amor entra por los ojos y se alberga en las almas... Haz lo que te parezca, Cristela. Así contestó el malicioso enano.

Deseoso este rey de cumplir la última voluntad de su padre el vencedor de Benamarin, que yacia depositado en la capilla real de Sevilla, y de darle un enterramiento digno de su esclarecido renombre, mandó fabricar á espalda de la capilla mayor, en la misma tribuna árabe que le servia de sacristía, una capilla real, y resolvió colocar en ella no solamente el cuerpo de su padre D. Alonso XI, sino tambien el de su abuelo D. Fernando el Emplazado, que yacía en la capilla mayor, donde lo habia hecho enterrar la reina D.ª Constanza.