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Para gozar decía las de treinta a cuarenta. Son las que saben más y mejor, y quieren a uno por sus prendas personales. Como una dama rica y elegante deja vestidos casi nuevos a sus doncellas, Mesía más de una vez dejaba en brazos de Paco amores apenas usados. Y Paco, por ser quien era el otro, los tomaba de buen grado. Tanto le admiraba.

Todos los informes dados por Manolo Casa-Vieja a su amigo Paco Ballesteros sobre lo ocurrido a los personajes de nuestro relato, desde que los despedimos en el último capítulo de la primera parte de él, eran la pura verdad.

Hace un rato volvía yo de la secretaría de Consolidación y Contaduría general, en la plazuela de San Agustín, y me las encontré con D. Paco.

Lo que yo me propongo al regalar la levita, además de la satisfacción que me cause el obsequiar a don Paco, es que nadie me acuse, y sobre todo, que no me acuse yo misma de tener el vestido sin dar en pago algo equivalente. Decididas así las cosas, al otro día se compró el paño.

No quería confesar que se tenía por derrotado: creía firmemente que Ana estaba entregada al Magistral. No quería aquella conversación; se sentía ahora humillado con la protección de Paco, solicitada meses antes por él.

Paco estaba cierto de que don Braulio no mataría ni a su mujer ni a su rival, pero tenía miedo de que atentase a su propia vida, y ya pensaba en vengarle matando al Condesito. Era Paco tan fuerte, tan sereno, y estaba tan seguro de , que nada le parecía más fácil.

Indudablemente, don Paco había empezado a sentir hacia Juanita viva inclinación, que era difícil de dominar; pero se le pasó bastante tiempo sin dar muestra exterior de que la sentía, anhelando acaso ocultársela a mismo por razones que él se daba.

En fin, don Paco, Juanita sostiene que sería la boda una locura. Dice, por último, que ella no manda en su corazón, que la diferencia de edad es grande entre ustedes y no quiere a usted de amor, aunque le profesa la amistad más fina.

Ayudóle a levantar, sosteniéndole por debajo de los brazos, y arrastróle suavemente, para lavarle la herida, hacia el pozo que la marea baja dejaba al descubierto, colocado al pie de una roca, en la orilla misma del mar. El niño se dejaba conducir con entera confianza, apoyando la lívida cabecita, blanca cual un jazmín cortado a la mañana, en el hombro de Paco.

Nunca quieres venir conmigo a su casa... y eso que don Víctor nunca está, siempre anda con el espiritista de Frígilis por esos montes. Paco creía que Frígilis era espiritista, opinión muy generalizada en Vetusta. En su casa no se puede adelantar nada. Es una mujer rara... histérica... hay que estudiarla bien. Dejadme a .