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El padre Aliaga calló y siguió paseándose lento y solemne por la celda con la carta de doña Clara arrugada entre las manos... Pasó algún tiempo. Oyéronse al fin pasos en el corredor. Pasos tardos y acompasados. Se abrió la puerta de la celda y apareció el hermano Pedro. Aquel lego en quien el padre Aliaga tenía tanta confianza.

Oyéronse al fin leves pasos que parecían provenir de unas estrechas escaleras, situadas cerca del joven; luego los pasos cesaron y se oyó un siseo de mujer. ¡Ah! ¡ya pareció ella! dijo Quevedo ; ¿pero quién será? Entre tanto Juan Montiño se había dirigido sin vacilar á las escaleras, y desaparecido por su entrada. Sigámosle.

Sólo se oían sobre los peldaños de piedra los recatados pasos del religioso y del tío Manolillo. En lo alto ya de las escaleras, atravesaron silenciosamente un trozo de corredor, y el bufón se detuvo y llamó quedito á una puerta. Oyéronse dentro precipitados pasos de mujer, y se descorrió un cerrojo. La puerta se abrió.

Luego ya no silbaron más piedras. Algunos amigos del Cantó se lo llevaban casi a rastras en la obscuridad. Oyéronse sus gritos a lo lejos: profería amenazas, juraba vengarse... «¡Mataría al forastero! ¡

Cesó el canto, oyéronse unas leves pisadas, se abrió la puerta, y con una palmatoria en la mano apareció una preciosa niña de diez y seis á diez y siete años. ¡Cuánto ha tardado vuesa merced, señor padre! dijo sonriendo al cocinero mayor mi señora madre y yo estábamos con mucho cuidado. ¡Y cantábais! Por entretener la espera.

Al punto sacó Rosalía el chocolate, para que su amiga se hiciese a su gusto el que había de tomar. Mientras la respetable señora se ocupaba de esto con la prolijidad que siempre ponía en tan grata operación, su amiga le participó sus proyectos. Oyéronse durante un ratito cuchicheos íntimos, y viose la cabeza de Cándida haciendo movimientos afirmativos, bastantes a dar seguridad a la misma duda.

; usted «no caerá».... Como usted apenas sale de casa, no conoce a la mocedad de Rucanto.... Pues es una, aparente ella, pinturosa de la rama y de mucho empaque.... Carmen volvió a decir, como en un delirio: ¡Rosa!... Y a tal punto oyéronse más lamentables y distintos unos grites agudos en el fondo de la casa.

No era reina de comedia, sino reina verdadera. Se miraba y se volvía a mirar sin hartarse nunca, y giraba el cuerpo para ver como se le enroscaba la cola. Pero qué, ¿iba a entrar realmente en el salón de baile? Su mentirosa fantasía, excitándose con enfermiza violencia, remedaba lo auténtico hasta el punto de engañarse a misma. De repente oyéronse pasos.

Oyéronse risas, y la Nela se quedó como púrpura. ¡Que la Nela es bonita! exclamó Teodoro cariñosamente . Pues que lo es. Ya lo creo, y ahora que tiene su bigote blanco dijo Sofía. Pues que es guapa repitió Teodoro, tomándole la cara . Sofía, dame tu pañuelo.... Vamos, fuera ese bigote. Teodoro devolvió a Sofía su pañuelo después de afeitar a la Nela.

Belarmino creyó estar soñando. ¿Era aquélla la voz de un ángel acatarrado? ¿No hay cristiano o alma humana en este recinto? volvió a hablar la voz de flautín, sonando siempre al nivel del cielo raso. Oyéronse a continuación unas palmadas retumbantes, como el tableteo de un trueno. Belarmino, ¿estás ahí? rugió Xuantipa, desde las habitaciones interiores.