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Aquello es una inmensa ola de sarmientos que las brisas encrespan, y cuyo verde claro hace el mas gracioso juego con el azul turquí resplandeciente del lago y las lejanas tintas oscuras de las montañas. Es imposible no sentirse profundamente seducido por los encantos de ese incomparable panorama, lleno de risueña poesía, de promesas de amor y dulce movilidad en su conjunto y sus pormenores.

Sería pueril, inocente, a los ojos de un mundano muy corrido, aquél mi estado psicológico; pero lo cierto era que ya no me creía solo ni desocupado en Tablanca, ni a oscuras, triste y en silencio en la casona; y esto, algo más valía que la credencial de «hombre incombustible», otorgada por otro, esclavo infeliz quizá de esa y otras preocupaciones semejantes.

Despues pensó en que sin la prision, él sería novio ó marido en aquellas horas, licenciado en Medicina, viviendo y curando en un rincon de su provincia. La sombra de Julî, destrozada en su caida, cruzó por su imaginacion; llamas oscuras de odio encendieron sus pupilas, y de nuevo acarició la culata del revólver sintiendo no llegase ya la terrible hora.

Aunque continuaban a oscuras y abrazados, ambos tenían más despabilado el recelo que el deseo. Cristeta debió de notar algo anómalo en la voz de don Juan; tal vez en la tiniebla favorecedora del engaño le pareciese sospechoso su lenguaje, porque de repente exclamó: ¡Luz, luz, quiero verte la cara!... No me beses..., déjame llorar... ¡Luz... luz!

Entró en la sala que también estaba a oscuras, penetró en el gabinete de su tía, que a la misma boca de lobo se igualara en lo tenebroso, y allí se le redobló la facundia, y la energía de sus declamaciones rayaba en frenesí.

Una luz clara esparcía sus rayos, y las avenidas hormigueaban de niños alegres, primavera de carne en aquella estación atrasada. Las hojas secas cubrían de manchas amarillas y oscuras la arena de los caminos.

El cielo mostraba la faz severa, aunque tornadiza; algunas nubes grandes y oscuras rodaban sobre los edificios de la Puerta del Sol, desahogándose un poco de su peso; cruzaban con harta prisa para no presumir que pronto vendría un claro que permitiera escaparse.

Fijándose en los jamones que colgaban de un barrote de hierro y en las oscuras morcillas que les acompañaban, no se podía menos de pensar en algún inmenso árbol de Jauja, que había metido allí una de sus ramas, completamente llena de gigantescas frutas, tan sabrosas como picantes.

Desencadenado contra el odio profundo de una raza que fue en todos tiempos el azote de tu pueblo, sola, aislada, no encontraste por eco de tus lamentos sino un contínuo grito de venganza, y llegaste hasta á perder la voz para quejarte de tus acerbos males. Soleyman no se contentó ya con ser el general de tus ejercitos: levantó de las oscuras gradas del trono la espada de tus reyes.

Se habrá ido a su cuarto, se dijo, y bajó tristemente la escalera para restituirse a la tertulia; pero al cruzar por delante de la puerta del estanquillo que estaba a oscuras, se le ocurrió meter la cabeza dentro y decir: Maximina. ¿Qué? contestó una voz apagada. ¡Oh, picarilla! ¿está V. aquí? Y se introdujo en la tienda. ¿Dónde está V.? Aquí. Deme V. la mano. ¿Para qué, para besarla?