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Me parece como si hubiera vivido hasta ahora con una venda sobre los ojos sin saber que tenía cerca un pedazo de cielo, una palomita de oro, un talego de perlas que á patadas hubiera esparcido por el suelo. Y ahora que me ha caído la venda me bajo á recogerlas y las beso, ¿sabes?... Escucha: todo el mundo dice que soy orgulloso y quizá tengan razón; pero contigo no quiero serlo más.

Y fuera también hay marejadita. Me parece que esos que han entrado en el escenario son los regentes. Los mismos. ¿No ve usted a Castaños, al viejo Saavedra? Detrás vienen Escaño y Lardizábal. ¡Cómo! exclamó la condesa con asombro . ¿También jura Lardizábal? Ese es el más orgulloso enemigo de las Cortes, y andaba por ahí diciendo a todo el mundo que él se guardaría las Cortes en el bolsillo.

Físicamente era el señor de Maurescamp un grande y bello joven, de color un poco encendido y de una elegancia un poco pesada. Fuerte como un toro, parecía deseoso de aumentar indefinidamente sus fuerzas; por la mañana ejercitábase en el balancín, tiraba las armas, bañábase dos veces al día con agua helada, y desarrollaba orgulloso dentro de un ancho gabán su busto suizo.

«Luz del mundo, vida del alma, sonrisa de la gracia, puerto de salvación ¿queréis oír lo que jamás ser viviente oyó? Nunca ha sabido nadie lo que yo soy. No he tenido madre, no he tenido hermana. De ello no me lamento; por el contrario, estoy orgulloso, porque ahora puedo revelaros mi corazón a vos sola...»

Cuatro días después de la conferencia primera entre Chemed y Mutileder, salían ambos de Málaga para Tiro en una magnífica nave. Mutileder iba en calidad de secretario privado de la dama para llevarle la correspondencia en lengua ibérica. La amistad de ambos era íntima, y Mutileder, siempre que se veía en presencia de Chemed, estaba contento y como orgulloso de tener tan elegante y discreta amiga.

Á principios de Febrero, tres días después de la llegada del barón de Morel y su Guardia Blanca á Dax, recibió el ejército inglés la orden de marcha en dirección á Roncesvalles. Orgulloso en verdad cabalgaba el barón á la cabeza de su gente, armado de punta en blanco y seguido de Roger, Simón y Reno, portando este último el estandarte del famoso guerrero.

Es usted valiente entre las valientes y estoy orgulloso de tener alguna parte en su amistad, que le suplico me conserve preciosamente. Si esa amistad llegase a ser un día bastante grande y la soledad pesase a usted demasiado, recuerde, señorita, que mi despacho es su vecino más próximo y que nunca hará usted a su dueño más feliz que dignándose entrar en él... y no salir más.

A Zurich iba para hablar de ella a otra infeliz, a Alejandra. Alejandra Natzichet ha muerto... Vérod estaba aturdido. No, no soñaba; pero la realidad tenía todos los caracteres del sueño. El hombre que hablaba en su presencia se parecía a aquel orgulloso revolucionario como las pálidas imágenes de una pesadilla se parecen a las personas vivas. ¿Muerta la Natzichet? ¿Cómo, por qué había muerto?

No sopló el diablo, a pesar de hallarse tan cerca el fuego de la estopa. Pero cuanto más orgulloso estaba Manuel por haberse apoderado del corazón de Felisa, menos podía explicarse su terquedad en ir dejando la boda para más adelante, como si juntamente sintiese amor al hombre y miedo al matrimonio. ¿En qué se fundaba su temor? No llegó a sorprenderlo toda la perspicacia de Manuel.

Esta duda me asalta y me atormenta a veces; pero casi siempre la resuelvo en mi favor, y creo que no soy orgulloso con mi padre; creo que yo aceptaría todo cuanto tiene si lo necesitara; y me complazco en ser tan agradecido con él por lo poco como por lo mucho.