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Indica el Diario del Almirante que encendía todas las noches el farol de popa, y que al separarse La Pinta sobre la costa de Cuba, puso en los palos otros faroles de señales. En el tercer viaje destacó desde Canarias tres de sus naves, ordenando cuál de los capitanes había de hacer farol.

Todo se va ordenando del modo más a propósito para que se hable, se comente y se murmure lo menos posible. Las mandas están repartidas; mi mujer ha tomado una linda suma: los parientes del Marqués han recibido joyas, dinero y fincas. Queda aún por entregar lo mejor de la herencia.

El General Noriel se oponía á ésta devolución, alegando que dicho armamento ya no era de los americanos, cuando lo ocuparon las fuerzas filipinas del poder de los españoles, pero, desatendí esta razonada oposición de mi General, ordenando terminantemente la devolución de las armas á los americanos, demostrando con ello clara y evidentemente la sincera amistad de los filipinos.

Los que tomaron por lo serio a Esquilo, en su Prometeo encadenado, supusieron que Júpiter se vengó de sus blasfemias ordenando a su águila que desde lo sumo del aire dejase caer una enorme tortuga que llevaba entre las garras, sobre la venerable calva del glorioso dramaturgo, y le saltase los sesos.

En el castillo antiguo se derribaron las almenas morunas, sustituyéndolas con plataformas artilladas; se aderezaron las cisternas abiertas en peña viva, ordenando á la gente de las galeras echara cada día 50 barriles de agua y fuera trasladando á los almacenes las vituallas embarcadas.

Fermín miró con inquietud el vasto salón del escritorio y se fijó después en un despacho contiguo, donde en medio de la soledad alzábase majestuoso un bureau de lustrosa madera americana. «El amo» no había llegado aún. Y el joven, más tranquilo ya, sentose ante su mesa y comenzó a clasificar los papeles, ordenando el trabajo del día.

El Rey acogió con favor el pensamiento, ordenando sin dilaciones así al Príncipe Andrea Doria, general de la mar, como á los Virreyes y Gobernadores de Italia, facilitaran al Duque de Medinaceli, nombrado Capitán general de la empresa, los elementos que reclamara, sin esperar otro mandato.

Al llegar a la ciudad, mandé decir misas por el alma de aquel «amo viejo», a quien se le negó cristiana sepultura, aunque la halló poética, cobijada por manglares y palmeras, cerca del surtidor del «Jardín de la Sultana». Pasaron algunos meses. Un día me dijo Antonio: ¿Sabes que he escrito a San Javier, ordenando que este año se pinte a Herrera Goya de negro? ¡Hombre, no hagas eso! Ten prudencia.

Ya la están ordeñando dijo antes de saludarles . Supongo que todos tomarán leche. ¿Cómo va ese valor, doña Sofía?... ¿Y usted, D. Teodoro?... ¡Buena carga se ha echado a cuestas! ¿Qué tiene María Canela?... una patita mala. ¿De cuándo acá gastamos esos mimos? Entraron todos en el patio de la casa.

Pero, a la mitad desta plática, Sancho, por no ser muy de su gusto, se había desviado del camino a pedir un poco de leche a unos pastores que allí junto estaban ordeñando unas ovejas; y, en esto, ya volvía a renovar la plática el hidalgo, satisfecho en estremo de la discreción y buen discurso de don Quijote, cuando, alzando don Quijote la cabeza, vio que por el camino por donde ellos iban venía un carro lleno de banderas reales; y, creyendo que debía de ser alguna nueva aventura, a grandes voces llamó a Sancho que viniese a darle la celada.