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Y terminaba por declarar modestamente que él también «aportaría su concurso» inaugurando el concierto con un discursito en honor de las señoras, hermosa pieza de oratoria meliflua que llevaba aprendida de memoria y seguramente iba a afirmar su prestigio ante las nobles matronas. De ésta declaró desbanca Maltranita al abate de las conferencias. Usted lo verá, Ojeda. No; Fernando no pensaba verlo.

El tiempo, los desengaños y escarmientos amaestran algun tanto á las naciones, haciendo que se vaya embotando la sensibilidad, y no sea tan peligrosa la fascinacion oratoria: triste remedio para el mal, la repeticion de sus daños.

Quisiera ahora para mi palabra la más suave y persuasiva unción que ella haya tenido jamás. Pienso que hablar a la juventud sobre nobles y elevados motivos, cualesquiera que sean, es un género de oratoria sagrada. Pienso también que el espíritu de la juventud es un terreno generoso donde la simiente de una palabra oportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortal vegetación.

Le animaba la antigua fiebre oratoria y hablaba como en los mítines, cuando no podía contener su palabra entre los aplausos, las protestas y el oleaje de la muchedumbre resistiendo a la Policía. El asombro del sacerdote sirvió para excitarle más. Felipe II continuó era un extranjero, alemán hasta los huesos.

Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria; que la épica también puede escrebirse en prosa como en verso.

Ante una oratoria tan elocuente, nuestro guia inclina la cabeza, coge unas llaves, hace señas á tres caballeros y dos señoras que aguardaban, entra por una puerta lateral, abre otra, baja una escalera, y todos empezamos á bajar tras él, despues de abrir paso á las dos señoras, qué parecian ser personas muy distinguidas. Luego supimos casualmente que eran escocesas.

Iba á perpetrar un crimen sin conocerlo. Su elocuencia era la justificación prematura de un hecho sangriento; y para el que conocía su próxima realización, las galas de aquella oratoria juvenil eran espantosas y sombrías. Lázaro entró en el café: aún no se atrevió, aunque tema la persuasión de ser recibido con benevolencia, á presentarse en el centro del club.

Hubo obscuridad y barullo, pero en esta confusión sonó imperiosa la voz de Gallardo. ¡Carma, señores! Aquí no ha pasao na. Continúa la partida. Que traigan velas. Y la partida continuó, admirándole los compañeros de juego por su enérgica oratoria más aún que por los toros que mataba. Los amigos del apoderado preguntábanle sobre las pérdidas de Gallardo.

Y cuando él vio el fracaso de aquella intentona y palpó la dolorosa realidad, se fue a Caracas, la ciudad de Bolívar, y allí agrupó en torno suyo numerosos admiradores y amigos. En Caracas dio clases de oratoria a una juventud valiosa. Varias veces a la semana y por espacio de dos horas, vibró su voz elocuente en mitad de sus alumnos que lo escuchaban maravillados.

Cuando se evoca la oratoria de la Convención, y el hábito de una abominable perversión retórica se ve aparecer por todas partes, como la piel felina del jacobinismo, es imposible dejar de relacionar, como los radios que parten de un mismo centro, como los accidentes de una misma insania, el extravío del gusto, el vértigo del sentido moral y la limitación fanática de la razón.