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Desaparecido había también don Baltasar de Peralta, como gota de agua que cayó en la mar, y Francisco de Rivalta no le buscaba, porque le obligaba la asistencia a mi doliente madre, que al fin halló el remedio a su desventura en la muerte. Detúvose al llegar aquí doña Guiomar; el corazón se la había oprimido, y las lágrimas, que en vano quiso contener, rompieron por sus hermosos ojos.

Apenas vencerme puedo, que, oprimido el corazon, infunde al alma afliccion con los fantasmas del miedo. ¡Se van! A mi pobre nido silencioso y escondido, no podrá prestar amor el dulce y tibio calor de su aliento bendecido. Va á faltarle la armonía de sus gritos de alegría, de su voz, timbre de plata que la inocencia retrata y que inunda el alma mía. ¡Te has roto, dulce cadena! ¡Ay!

JARIFA. ¡Ay, dueño de mi cuidado! ¿Posible es que vengo a verte? ¡Ay, mi bien!, mi dulce esposo, Mi Abindarráez, mi señor, Parte sola en quien mi amor Ha dado al alma reposo; Luz de mi alma y sentido, Vida de mi entendimiento, Consuelo en mi sufrimiento, De mil celos oprimido; Rey desta alma y desta casa, Destos brazos gusto, y vida Desta tu esclava rendida, A quien justo amor abrasa, ¿Cómo vienes? ¿Vienes bueno?

Trata de dominar tu espanto. ¡Por amor de Dios, no me engañéis, Marta! ¿Cuándo os he engañado? ¡Jamás!... ¡Jamás!... perdonadme esta duda. No lo que me pasa, tengo el corazón oprimido, apenas puedo respirar, tiemblo de pies a cabeza; una voz secreta me dice que voy a perderos para siempre. ¡Antes preferiría morir, Marta, a no volveros a ver más!

En sus labios, la República federal no fue tan sólo la mejor forma de gobierno, época ideal de libertad, paz y fraternidad humana, sino período de vindicta, plazo señalado por la justicia del cielo, reivindicación largo tiempo esperada por el pueblo oprimido, vejado, trasquilado como mansa oveja.

Al llegar á Rouxmesnil, Herminia, que no había estado allí más que dos veces con la señorita Guichard y llevaba los ojos hinchados de llorar, la cabeza aturdida por el insomnio y el corazón oprimido por el pensamiento de la pena que debía experimentar Mauricio, creyó que entraba en una prisión. Las maderas cerradas hacían reinar una oscuridad húmeda en todas las habitaciones.

Con el vientre oprimido por la correa nueva y el revólver al costado, caminaban en busca del ferrocarril que había de conducirlos al punto de concentración. Uno de sus hijos llevaba el sable oculto en una funda de tela. La mujer, apoyada en su brazo, triste y orgullosa al mismo tiempo, dirigía con amoroso susurro sus últimas recomendaciones.

Eva azotaba nerviosamente con la fusta las hojas secas que quedaban todavía en las ramas muertas... Carlos se mordía el bigote oprimido por la conciencia de la palabra irreparable arrancada a su conciencia. ¿Quién sabía? Acaso le amaba ya un poco, a él, que la amaba tan apasionadamente... Acaso su brutal franqueza había helado la florecilla azul de un áspero frío de invierno.

Yo vi a éstos avanzar por la carretera, y entre el denso humo distinguimos un hombre puesto al frente del valiente batallón y blandiendo con furia la espada; un hombre de alta estatura, el rostro desfigurado por la costra de polvo que amasaban los sudores de la angustia; de uniforme lujoso y destrozado en la garganta y seno, como si lo hubiera hecho pedazos con las uñas para dar desahogo al oprimido pecho.

Ella debía haberlo notado. Si le hablaba del conde ruso, modelo de elegancia, al día siguiente Rafael, con gran asombro de los de su casa, sacaba su mejor ropa, y sudando bajo el sol, oprimido por el alto cuello, emprendía aquel camino que era su calle de Amargura, andando como una señorita para que el polvo no amortiguase el brillo de sus botas.