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Las fiestas de Navidad llegaron, tan tristes como nunca hasta entonces nuestro apacible interior había visto otras. En torno del flamante árbol de Navidad, que esta vez yo había adornado e iluminado en lugar de Marta, permanecíamos inmóviles sin saber qué decirnos, tan oprimido teníamos el corazón.

Pero, al entrar en Salzburgo yo no qué presentimiento espantoso... mi corazón se ha oprimido, mi mirada se ha oscurecido y el sentimiento de la vida me ha abandonado. Aquí acaba el diario de Carlos Munster.

No he sido la única culpable, pero si sola para sufrir la expiación. ¿Tenías cómplices? Uno solo. ¿Sorege? . ¡El miserable! ¿Y por qué quiso perderme? Porque me amaba. Jacobo se quedó inmóvil, silencioso, respirando apenas, tan oprimido estaba por la angustia de aquel momento solemne. Por fin preguntó: ¿Pero , por qué te prestaste á su infamia? ¿Por qué contribuíste á perderme?

Los agradecidos hablan de la luz. Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazón, y, no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando.

No desarraigues nunca de tu seno el árbol santo que hoy tu furia ataca, ni en tu ser inocules más veneno. El pájaro que vuela de su nido, cuando aun el vuelo remontar no sabe, cae por sus propias alas oprimido. No sea símil de tu historia el ave. No, al sacudir tu cuello una coyunda, otra más dura y más senil lo grave.

De cuando en cuando se detenía, apoyaba una mano en su pecho oprimido, o la pasaba por su enardecida frente, o bien fijaba sus miradas en un pobre perro que le seguía, y que en aquellas paradas se acostaba jadeante a sus pies. «¡Pobre Treu! le decía , ¡único ser que me acredita que todavía hay en el mundo cariño y gratitud! ¡No: jamás olvidaré el día en que por primera vez te vi!

Dos noches enteras necesitaban los compadres para llegar a Jerez, caminando encorvados, sudorosos en pleno invierno, zumbándoles los oídos, con el pecho oprimido por la carga. Acercábanse trémulos de inquietud a ciertos pasos de la sierra donde se apostaban los enemigos.

La campesina avanzó silenciosamente por el sendero, y se aproximó a la viuda, que se había ido a sentar en un banco algo apartado, vuelto de espaldas al castillo. Siéntese a mi lado, Catalina le dijo , y hábleme despacio, pues el bosque puede ocultar espías. ¿Qué os pasa? Tenéis los ojos llorosos. , el corazón oprimido por el espanto.

De día, por lo menos, adonde quiera que volviese los ojos, veía algo que le hablaba de ella, y volvió a verla como tantas veces la había visto, bañada por los últimos reflejos del sol, contemplando inmóvil el mudo espectáculo de la puesta del sol; y contenía la respiración y el paso, como antes en presencia del cuerpo viviente, temeroso de verla desvanecerse, de perderla. ¡Y había desaparecido, se había desvanecido, la había perdido! ¡Cuántas veces le había oprimido el corazón ese sentimiento de pavor! ¿Era aquel un ser hecho para la vida terrenal? ¡Cuántas veces la había oído decir, hablando de lo futuro, de lo que debía hacer tal día: «¡ estaré todavía en el mundo!...» Y Vérod se detuvo sin poder ver nada más, los ojos cargados por el llanto, y su dolor era tan agudo e inefable, que casi se convertía en una mortal voluptuosidad.

¡Dichosa ella! solía decir el marqués, interviniendo en el caso algunas veces, mientras se paseaba por el gabinete, con las manos en los bolsillos, las cejas y los labios contraídos, la cabeza humillada y los ojos chispeantes, derramando la mirada, que quería ser triste, por los dibujos de la alfombra . ¡Dichosa ella, que está en la edad de las grandes impresiones, y puede llorar para desahogo del corazón oprimido!