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Luego fijaba atentamente los ojos en Oliverio y en como para estar bien segura de reconocernos y constatar mejor su regreso y su presencia entre nosotros; pero sea que nos encontrara un poco cambiados al uno y al otro, sea que dos meses de separación y la vista de tantas cosas nuevas la hubiesen deshabituado de las nuestras notaba yo en su fisonomía cierta expresión de vaga sorpresa.

Además, Oliverio procedía de París, y en ese hecho se apoyaba la gran superioridad con que a los otros vencía, y que, si no para mi tía, para nosotros las resumía todas.

En una palabra, Magdalena me daba miedo, me dominaba antes de seducirme: el corazón tiene las mismas ingenuidades que la fe: todos los cultos apasionados empiezan así. El día que siguió al de la partida de Magdalena me apresuré a ir a la calle de los Carmelitas. Oliverio ocupaba un cuarto, pequeño, perdido en un alto pabellón del hotel.

Julia no se movió. Primero fingió no haber oído. Después fijó lentamente en Oliverio el esmalte azul oscuro de sus pupilas sin llama, y luego que le hubo mirado por algunos segundos de una manera capaz de desarraigar hasta la firme constancia de su primo, me dijo poniéndose de pie: ¿Quiere usted acompañarme junto a mi hermana? Hice lo que ella quería y me apresuré a reunirme con Oliverio.

El de elevada estatura y hercúleo cuerpo es Captal de Buch, nombre que habréis oído con frecuencia, pues no hay en Gascuña más famosa lanza. Habla con él Oliverio de Clisón, apellidado el Pendenciero, pronto siempre á enconar los ánimos y atizar la discordia.

No creo que pueda existir mujer, digna de ti por supuesto, que no tenga el derecho de decirte: «El verdadero y único objeto de tus sentimientos soy yoDe modo exclamé, que será necesario no amar. Nada de eso. Se trata sólo de amar a otra. Entonces habré de olvidarla. No, reemplazarla. ¡Nunca!... No digas «nunca»; di mejor «no por ahora.» Y en seguida Oliverio se marchó.

Al otro día Oliverio no vino al colegio. Pasaron tres días sin noticias. La inquietud me apenaba horriblemente. Por la noche corrí a la calle de los Carmelitas y pregunté por Oliverio. Está en el salón me dijo el sirviente. ¿Solo? No, hay otras personas. Entonces le esperaré.

Era uno de sus viernes, día de visitas. Me propuse cumplir únicamente la misión que Oliverio me había encomendado. Su nombre no fue pronunciado. No averigüé, pues, nada positivo. Julia estaba un poco indispuesta. La noche antes había tenido un ligero acceso de fiebre a consecuencia del cual estaba todavía débil y nerviosa.

Nunca dejará de ser pedante y afanoso, como todos los que no cuentan con más recursos que la voluntad de llegar y llegan a fuerza de trabajo. Prefiero los dones de talento o de cuna, y no siendo eso no quiero nada. Más tarde esas dos opiniones se modificaron. Agustín llegó a querer a Oliverio, pero sin estimarlo en mucho, y Oliverio tuvo a Agustín en altísima estima sin llegar a tomarle cariño.

Dio dos o tres vueltas alrededor de su cuarto caminando muy de prisa; después se detuvo, golpeó el suelo con el pie jurando. ¡Eh, bien! Tanto peor exclamó. ¡Tanto peor para ella! Soy libre y hago lo que me place. Conocía yo todos los matices del espíritu de Oliverio; era raro que el despecho llegara en él hasta la exasperación de la cólera.