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Había de suceder que ni los consejos de Agustín ni las advertencias de Oliverio prevalecieran contra una tendencia irresistible, arrastradora, demasiado poderosa para ser cohibida por razonamientos ni amonestaciones.

No, por una ausencia, que no es lo mismo, porque de lo pasado guardamos el uno y la otra la única memoria que nunca ensucia los recuerdos. ¿Y ahora? ¡Ahora!... ¿Sabes algo?... Nada ; pero imagino que habrás hecho lo que hace poco me recomendabas. En efecto dijo Oliverio sonriendo. Luego se puso serio y continuó: En otro momento te contaré. Ahora no hay oportunidad.

De los caballeros más jóvenes resultaron agraciados tres brillantes paladines: Tomás Percy, Guillermo Beauchamp y Raniero Leiton. Desde luego aceptaron el reto inglés todos los caballeros gascones y la elección, difícil de suyo, favoreció á Captal de Buch, Oliverio de Clisón, Pedro de Albret, el señor de Mucident y un caballero teutón llamado Segismundo de Bohemia.

»Su Oliverio no me desagrada, me inquieta. Es evidente que ese mozo precoz, positivo, elegante, resuelto, puede equivocar el camino y pasar junto a la dicha sin sospecharlo. También él ha de tener sus fantasmagorías y se creará imposibilidades. ¡Qué locura!

En situación semejante, Oliverio esperaría que algún día le llegara una herencia: la descontaría por adelantado bajo la garantía de su buena estrella, y la herencia esperada llegaría a hora fija. Yo no espero nada y obro prudentemente. En una palabra, yo no tenía necesidad de acudir a nadie por motivo de un consentimiento que tal vez habría creado algunas dificultades.

Apenas había empezado a subir la escalera que conducía al cuarto de Oliverio me detuvo no qué extraño presentimiento confuso. El corazón me latía violentamente. Bajé, atravesé sin hacer ruido la antesala que estaba desierta, y me deslicé por uno de los caminos que conducían del patio al jardín.

Estaba consternado viéndola renacer de aquel modo, por tan poco, por un rayo de sol de invierno y un poco de olor resinoso de madera cortada, y comprendí que se empecinaría en vivir con una obstinación que le prometía largos días miserables. ¿Habla alguna vez de Oliverio? le pregunté a Magdalena. Jamás. ¿Piensa en él constantemente? Constantemente. ¿Y cree usted que eso durará?

Encontré a Domingo muy abatido y la más viva expresión de pena se pintó en su rostro cuando me permití dirigirle algunas preguntas acerca de la salud de su amigo. Creo inútil engañarle a usted me dijo. Tarde o temprano será conocida la verdad de una catástrofe muy fácil de prever y, desgraciadamente, inevitable. Y me entregó la carta misma de Oliverio. «Orsel noviembre de 18...

Así, Sir Guillermo Beauchamp cayó al poderoso golpe de Captal de Buch, pero Percy desarzonó al de Mucident; Lord Abercombe derribó á su vez al señor de Albret y por fin el hercúleo Oliverio de Clisón igualó la suerte del combate con la victoria que alcanzó sobre Sir Raniero Leiton. ¡Por Santiago! exclamó Don Pedro, buenas lanzas y grande empuje, tanto los señores gascones como los ingleses.

Llevé a cabo aquella gigantesca zancada, pero a trueque de temores y de deslumbramientos que no son para descritos; y lo que me asombró más, luego que hube alcanzado el punto de lucidez necesario para comprender a fondo las lecciones de Oliverio fue el resultado de la comparación del valoramiento que ponían en mi mente, con la frialdad del calculismo de aquel que se decía enamorado.