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Viéndose sola en el comedor, se acercó a la mesa, donde aún estaban casi intactos los ricos manjares, los confites, las frutas y los generosos y chispeantes vinos; pero el recuerdo de la voz misteriosa y de la mano invisible la detenían, y la obligaban a contentarse con mirar y oler.

Entonces me gustaba cantar, en voz baja, zortzicos y sones de tamboril, y, al oírmelos a mismo, creía andar por las callejuelas de mi pueblo, oler el olor del heno, contemplar las rocas del Izarra azotadas por el mar, y el cielo azul pálido surcado por nubes blancas. Se comprende mi entusiasmo por Lúzaro; soy de aquí, y de aquí es toda mi familia.

Se apresuró a prodigarle todos los cuidados que en el momento se le ocurrieron. Entre la patrona y él le bañaron las sienes con agua fría, le hicieron oler algunos pomos de los que ella traía en su saquito de mano. No tardó mucho en abrir los ojos. Estuvo algunos momentos con la mirada seria y fija en el sacerdote. Luego sonrió dulcemente. La huéspeda se apresuró a ofrecerse.

Así se dice: «la noticia causó una sensacion profunda.» «No pudo resistir al impulso de sensaciones tan vivas etc. etc.;» en cuyos casos es evidente que no se trata de ver, oir, oler, gustar y tocar, sino de un órden de afecciones del alma totalmente diverso.

En la advertencia se acredita la verdad con que el consabido Salazar decía: «hay en esta ciudad una fuente ó dos, que se llaman bombas, cuya agua, ni la lengua ni el paladar las querían gustar, ni las narices oler, ni aun los ojos ver, porque sale espumeando como infierno y hedionda como el diablo». Dicho esto, completaremos la pintura que de la nao hacía el chistoso Iegista.

Era el dueño y huésped de los que creen en Dios por cortesía o sobre falso; moriscos los llaman en el pueblo, que hay muy grande cosecha desta gente y de la que tiene sobradas narices y sólo les faltan para oler tocino; digo esto, confesando la mucha nobleza que hay entre la gente principal, que cierto es mucha.

Fue necesario que le diesen algunas cucharadas de azahar y le hicieran oler el frasco de sales. Al cabo con gesto de indignación dijo a su cuñada: Me alegro, hija, de no hallarme en tu caso, porque si lo estuviera abortaría seguramente. Cuál sería el asombro y el susto que recibió cuando a las dos de la madrugada vinieron a decirle que Clara estaba con los dolores de parto.

Ella se preocupaba de la vida de su vida; le acosaba con preguntas para conocerla con todos sus detalles; la hacían reír mucho sus relatos de aventuras en los bajos fondos de Madrid. Quisiera ver eso; conocer sus bohemios, sus cantaoras. Lléveme con usted, Fernandito; sea usted bueno. Yo conozco algo de París, pero lo de aquí es indudablemente más interesante, más típico... Debe oler a puchero.

De solo oler la carne y ver la sangre de ella y la grasa en el plato de sus amigos, le parecía que se trastornaba. Su almuerzo fue un café con media tostada de abajo... y otra media de arriba.

Embistiéronle con los jarros, y el daño de las narices se le hizo uno con una escudilla de palo que se la dio a oler con más prisa que convenía. Quitáronle la espada, salió a las voces el portero, y aun no los podía meter en paz. Aquí lo dejo porque el compañero estaba ya fuera desaprensando los huesos.