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Nunca había visto el mar tan enfurecido. Afortunadamente que esas olas sólo esparcían sobre nosotros el líquido de sus crestas, ó si no, la corbeta habría sido tragada... En tan terrible combate quedó inmóvil, no sabiendo á quién obedecer.

Las olas invadían ya la parte delantera del buque, llevándose los objetos rotos por la explosión y los cadáveres despedazados. Los tripulantes echaban los botes al agua. Los oficiales, ayudados por algunos pasajeros, todos con su revólver en la diestra, iban reglamentando el embarco de la gente.

Dios te hizo, aún más que para ser el cantor de las flores y de la primavera, para ser el cantor de las olas y de las borrascas. solo puedes traer a la literatura castellana ese mundo nuevo de intensas melancolías y de rudos afectos.

Algunas veces, ya se ocultaba el sol cuando todavía estábamos nosotros sentados sobre la parte alta de la costa, ocupados en ver morir a nuestros pies las largas olas que venían de América.

De este modo, , comprendo la confesión; pero a bordo, en medio de una tempestad, cuando únicamente a fuerza de brazos se puede escapar a una muerte inminente, cuando las olas se estrellan con furia contra la embarcación, cuando a cada momento se ve desaparecer una vela, cuando los palos se inclinan y crujen, cuando el oleaje se abate y muge sobre el puente, lo arrolla todo y arrastra hombres, vergas, botes... ¡oh! entonces la confesión es una práctica por lo menos fuera de uso y sin utilidad ninguna para virar en redondo o para largar una gavia.

Acaso bastó a destrozarla el furor de los vientos y de las olas. Acaso fue a romperse, chocando contra oculto bajío. Ello es que la nave, desbaratada la trabazón de sus tablas se deshizo en pedazos. Cada uno de los que la tripulaban luchó por la vida y procuró salvarse como pudo.

Puertos pintorescos; bellísimas bahías en cuyo fondo se veian las poblaciones, entre otras Falmouth, Plymouth, Dartmouth y Sidmouth; multitud de fanales brillando á la luz de un sol que no parecia de invierno; colinas ondulantes, surcadas por el arado para recibir luego la simiente, ó campos cubiertos de una vegetacion amarillenta ó gris; depósitos lejanos de nieve detenidos sobre las rocas ó en los pliegues del terreno; y picos y peñascos románticos de formas admirables, destacándose sobre las olas en los pequeños golfos de la costa y formando semicírculos de trecho en trecho: todo eso, contrastando con la multitud de casas campestres levantadas sobre las colinas y los planos inclinados, entre arboledas disecadas y ennegrecidas por el invierno, que parecian esqueletos aéreos, tenia un encanto indefinible, preparando mi imaginación para el espectáculo enteramente nuevo de la civilización europea.

Pero las olas que se entrechocan y no ruedan juntas se elevan mucho más: al topar adquieren una prodigiosa fuerza de ascensión, se lanzan, y caen con una pesadez increíble, capaz de maltratar, de hundir, de hacer trizas la embarcación. Nada tan pesado como el agua de mar.

Cuenca, 1589, fols. 59 v. y 60. Lope alude a un pasaje de La Farsalia, v. 519 y siguientes. César espera impaciente en Epiro la llegada de Antonio; quiere afrontar en la noche, solo con su fortuna, las olas del mar. Propone al barquero Amiclas que le conduzca a Hesperia, pero Amiclas responde que todas las señales que observa son funestas y que no lograrán llegar.

Dice así: «Ni mi fortuna muda, Ver en tres lustros de mi edad primera Con la espada desnuda Al bravo portugués en la Tercera, Ni después, en las naves españolas, Del mar inglés los puertos y las olasLa nimia precisión con que se expresa este poeta español, hablando de aquel tiempo, nos inclinaría acaso á interpretar las palabras tres lustros por quince años, y así se ha hecho, en efecto.