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Eso me trae a la memoria la vergüenza de aquella mañana. ¿No le dice a usted bastante que yo le permita estar aquí? De nada quiero acordarme... ¡A callar, Rafael! En silencio se paladea mejor la belleza de la noche; parece que el campo habla con la luna y el eco de sus palabras son estas olas de perfume que nos envuelven.

Allá distingo las olas luminosas rompiéndose en las escolleras y lanzando al aire su espuma fosforescente. ¡Atención, Van-Horn! ¡Ten firme la caña del timón! Uno de los más espléndidos fenómenos que se admiran en los océanos es, sin duda, la fosforescencia marina, cuya intensidad depende de los climas y de la mayor o menor cantidad de zoófitos que haya en las aguas.

Todo ser viviente había buscado un refugio contra el furor de los elementos y no se oía sino el lúgubre dúo del mugir de las olas y del bramido del huracán. Las plantas de la dehesa doblaban sus ásperas cimas a la violencia del viento, que después de azotarlas, iba a perderse a lo lejos con sordas amenazas.

Y al ver rodar a lo lejos las olas grandes y encrespadas, se preguntó si no sería oportuno dirigirles una excitación por medio de la prensa para que moderasen su impertinente agitación.

Las cordilleras de montañas que en forma de graciosos anfiteatros rodean el lago, el cielo que se refleja en las olas, la armonía del conjunto, todo habla al alma. A las dos horas y media estábamos en Fluelen .

Se cuenta que cuando el cuerpo de Santiago fue conducido al Padrón, un caballero que deseaba acompañarlo llegó tarde al puerto. El barco había izado ya sus velas y se perdía en el horizonte, sobre un mar de oro y de plata. Entonces el caballero hizo el signo de la cruz y se lanzó audazmente entre las olas.

Del techo de aquella sala colgaba una fragata de marfil y de ébano, con todos sus palos, sus velas y sus cañones correspondientes. En el sitio de honor, encima del sofá, se veía un dibujo iluminado. Representaba un barco luchando con las olas en medio de un temporal; el capitán aparecía atado al palo mayor, dando órdenes, y sobre el mar embravecido se veían tablas y cubas.

Por aquella dirección soplaban de vez en cuando ráfagas de aire caliente, que procedían, sin duda, de las caldeadas regiones de Australia, tal vez de aquel gran desierto de piedra que ocupa gran parte de ese enorme continente. El mar comenzaba también a agitarse. Las olas iban tomando un tinte amarillento rojizo y se cubrían de espuma.

Las olas están constantemente furiosas, y aparte el riesgo que se corre es largo y difícil el trayecto, porque las embarcaciones anclan á bastante distancia de la ciudad. El viajero que no sea comerciante, dará una prueba de muy buen gusto no visitando la citada ciudad de Pernambuco, donde fuera de su comercio de algodon y café, no encontrará mas que una absoluta falta de limpieza.

En realidad, aquella casa ya no era suya. Por mucho que la esposa se esforzase, siempre se interpondría entre ambos el irremediable pasado. Su destino era vivir en un buque, pasar el resto de sus días sobre las olas, como el capitán maldito de la leyenda holandesa, hasta que viniese á redimirle una virgen pálida envuelta en velos negros: la muerte.