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Aconteciole al señor Ginés de Sepúlveda, cuando las suaves manos de doña Guiomar asieron las suyas y sus ojos se fijaron espantados en sus ojos, que creyó que de él se apoderaba el diablo; espantose muy mucho más que doña Guiomar, y aturdiose; y sin saber cómo, no encontrando otra cosa de que ampararse, amparose del mismo peligro que le espantaba; es decir, que se abrazó a doña Guiomar, y de tal manera, que no parecía sino náufrago que, llevado por las furiosas olas, con una tabla se encuentra y a ella se agarra.

Armó cien naves y emprendió la falda De España asir por las arenas solas Del mar, cuyo cristal ciñe esmeralda; Mas viendo en las colunas españolas La sombra del león, volvió la espalda, 1075 Sembrando las banderas por las olas. ¡Levantó la pluma el vuelo! DO

De pronto, El Dragón se detuvo y se puso a oscilar. Parecía un animal moribundo. La proa fué hundiéndose, hundiéndose ... hasta desaparecer en las aguas, y la popa se levantó en el aire. Luego la popa fué bajando y metiéndose en el mar y se formaron torbellinos y grandes olas encima. Las velas fueron desapareciendo majestuosamente y no quedó ni rastro de El Dragón.

Nada, en efecto, más pintoresco en su uniformidad que aquel camino que costea el mar durante más de tres leguas para ir a parar en la punta de Carolles. No hay allí los altos acantilados normandos tras de los cuales se ocultan las olas que van a romperse a sus pies con sordos mugidos como los golpes de una invisible catapulta.

La discusión fué larga y templada, y aunque las representantes del sexo débil abusaron de la palabra, no se oyó una más alta que otra, viniendo todas á un perfecto acuerdo tan luego como la digna Tintay lanzaba por entre olas de negra saliva su consabido osus-María-seff.

Vuelvo al momentito, rico... Estos momentitos me cargan dijo él nadando en las sábanas como si fueran olas. Toda la mañana tuvo Fortunata el pensamiento fijo en la casa vecina. Mientras almorzaba sola, miraba por la ventana del patio, pero no vio a nadie. Parecía vivienda deshabitada. Siempre que pasaba por la sala echaba la esposa de Rubín miradas furtivas a la calle. Ni un alma.

El infierno, aquella verdad tremenda, sublime en su mal sin término». « vencerás, Dios mío, vencerás exclamó en voz alta, hablando con las nubecillas rosadas que imitaban en el cielo las olas del mar en calma».

La joven, roja como una cereza, con los ojos en un San José de su devocionario y el alma en los movimientos de su primo, procuraba huir de la valla del centro contra la cual amenazaban aplastarla aquellas olas humanas, que allí en lo obscuro imitaban las del mar batiendo un peñasco, en la negrura de su sombra.

Pronto se halló en medio de aquella prodigiosa fosforescencia. Brillaban las olas como si se compusieran de partículas de plata y azufre fundido, y salpicaban a los náufragos de aquellos microscópicos moluscos, que seguían reluciendo aun fuera del agua. La chalupa dejaba marcada su ruta por una estela luminosa, que brillaba en las tinieblas de la noche como la cola de un espléndido cometa.

Cada vez que llegaba a sus oídos se le doblaban las piernas. Porque nunca había imaginado necesitar, tan joven, dentadura postiza. Acudieron al estrépito el ama del cura y las mozas que le ayudaban en la cocina; pero en vez de echar aceite a las olas irritadas, soplaron sobre ellas el viento de la cólera.