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Evitó los ojos de la señora, como un reo convicto, y miró al señor con el mismo aire desolado que empleaba para anunciar el agotamiento de un plato puesto en la lista. Sus gestos de muda protección intentaban consolar á Ferragut de su fracaso. «¡Paciencia y tenacidad!... Victorias más difíciles había visto él en su clientela

Algunas matronas se erguían dignas y austeras, volviendo los ojos por no verles, pero al llegar a la otra banda del paseo lanzaban la noticia, una gran noticia para la gente ansiosa de novedades. ¿No saben ustedes?... Nélida, esa loca, ha abandonado a su escolta y está con el doctor español, el amigo de Maltranita. ¡Pobre hombre!

Me has hecho mucho daño, abuelito, con el cordel. Papá no me ata ni me encierra. Aquel relámpago inteligente se desvaneció en los ojos del viejo. No quedó más que una triste expresión de extravío y ferocidad. Tu papá es un ser frívolo, un hombre desequilibrado que prefiere sentir a conocer, un hombre que se ha quedado atrás en la evolución.

Pensando esto, Rosalía sentía un volcán en su cabeza. ¿Y a quién, Virgen del Carmen, volvería sus ojos, a quién?... Ni para encomendarse a todos los Santos y a todas las Vírgenes tenía ya serenidad su espíritu. En él no cabía más que la desesperación... Pero cuando se entregaba a ella, sin defensa, un rayo de esperanza cruzó por la atmósfera tempestuosa de aquel cerebro... Refugio...

8 Otra vez os escribo un mandamiento nuevo, que es la verdad en él y en vosotros; porque las tinieblas son pasadas, y la verdadera luz ya alumbra. 11 Mas el que aborrece a su Hermano, está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. 12 Os escribo a vosotros, hijitos, que vuestros pecados os son perdonados por su Nombre.

No tenían las vergas cajeras en los penoles; los escotines de gavia pasaban por la de un cuadernal de dos ojos, sirviendo la otra para los amantillos. Estas vergas, entonces nombradas entenas, solían ser de dos perchas empalmadas por la cruz. La mayor se suspendía con dos drizas de doble aparejo y se sujetaban al palo con raca de vertellos; ayudaban á suspenderla dobles amantillos en los tercios.

Aquella serie de rizos tan iguales, tan primorosos, pegados a la frente con esmero, no tenían más ojos que los viesen, salvo los de las cuatro viejas que se reunían a oír misa en San Alberto, que los de su hija, D. Oscar y las criadas. D.ª Tula conservaba vivo el sentimiento de la belleza, que reside sin excepción apenas en todas las andaluzas.

En seguida nos sentamos a la mesa y almorzamos en familia. Nos encontrábamos solos y, como la víspera, los vi reservados e indiferentes; pero, mejor enterado ahora, ¡cuánto amor sorprendí en aquellos ojos que se evitaban constantemente, en aquella fingida frialdad, en aquella silenciosa unión de voluntades, fiel regulador de todos sus pensamientos!

A los cinco minutos Emma abrió los ojos desmesuradamente, y con una tranquilidad fría y perezosa, dijo, en una voz apagada que horrorizaba siempre a Bonis: Hueles a polvos de arroz. En las novelas románticas de aquel tiempo usaban los autores muy a menudo, en las circunstancias críticas, esta frase expresiva: «¡Un rayo que hubiera caído a sus pies no le hubiera causado mayor espanto!».

En cuanto alcanzaban los ojos veíamos leguas y leguas de campos sin verdor, recién arados con el mayor esmero, en donde iban á sembrarse los gérmenes de la cosecha de 1878; ¡pero ni un árbol, ni una vivienda, ni un chorro de agua, ni la más leve ondulación en el terreno!.....