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Por ejemplo, en Mujer, llora y vencerás, jornada segunda: MADAMA. ¿Quién se atreverá á decir En lo que llega á oir y ver, Si tengo que agradecer O si tengo que sentir? Pues si tengo que inferir Quién es dueño de un temor... Es el engaño traidor. MADAMA. Y quien de un ansia mortal... MÚSICA. El desengaño leal. MADAMA. ¿Quién con tal eco sonoro Ha aumentado mi dolor?

Me parecía oír una voz de otro mundo y casi tengo vergüenza de haber sido débil y cobarde. Pero, aun cuando levantara la cabeza, aun cuando pensara como , ¿de qué me serviría puesto que ya ella no me ama? ¡Ella, no amarte! exclamé. ¡Si la abandonas, Roberto, se morirá! ¡Olga!

Según la linda frase de María Leckzinsca, «Un cochero viejo gusta siempre de oír restañar el látigoPero a Raúl le gustaba más tenerlo por el mango... Durante aquel período de desanimación y cansancio fue cuando conoció a miss Darling en la embajada de Inglaterra.

Además, el mobiliario estilo Renacimiento italiano, la vajilla de porcelana antigua de Montelupo y Sayona y de magnífica plata vieja inglesa, constituían una fortuna, y seguirían siendo propiedad de Mabel, con gran satisfacción para , como que todo le había sido legado a ella. , ya respondió al oír mis argumentos.

Por esto sucede que no me gusta oir en una iglesia la música de Donizzeti, ni de Bellini, ni de Verdi.

Entonces sonó, o creyó él oír que sonaba muy recio, la trompeta de su mala fama; era cobarde, como todos los de su ralea; Madrid estaba sin gobierno y con todas las pasiones buenas y malas en mitad del arroyo; apoderose de él un pánico invencible, y de la noche a la mañana se escapó de aquí, dejando sus negocios en quiebra y hechos un bardal.

Toda la ciudad, mi tía, toda la ciudad. ¿Las tropas? , mi tía; toda la guarnición con la música. La señora de Saint-Cast hizo oir un gemido y agregó: ¿Y los bomberos? Los bomberos también, mi tía, sin duda alguna.

Dejemos en paz sus lenguas, hija mía; no despertemos al gato que duerme... murmuró la abuela sonriendo. Y no quiso oír nada más. Es obstinada la abuela... No le gustan las solteronas y no consiente en escuchar nada en su favor. Por fortuna, estoy aquí yo para rehabilitarlas en mi propia mente. 16 de octubre.

Contrariado Morsamor, se sentó en una silla en el rincón más obscuro de la estancia y casi a los pies del lecho con colgadura que había en ella. En medio de sus cavilaciones, oyó o creyó oír de súbito voces y carcajadas que a lo lejos sonaban por el lado derecho del sitio en que estaba él.

Una salvaje le había trastornado el seso, demostrando que en las islas de la Polinesia se dan casos de coquetería no menos refinada que la de los salones europeos. «¡Ay, qué bueno! exclamaba Fortunata riendo con toda su alma, al oír ciertos lances . ¡Si eso parece de acá...! ¡Pero qué lista...! ¿Has visto? ¡Y luego dicen...!». De europeas no había que hablar.