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Además, á él sólo le interesaba lo que ocurriese á partir de la plancha que unía el muelle con el buque. ¿No has dado parte á la autoridad?... El segundo se indignó al oír esta pregunta, con la altivez de los mediterráneos, que nunca se acuerdan de la autoridad en momentos de peligro y sólo confían su defensa á la destreza de su mano. «¿Le tenía acaso por un delator?...»

¡Este les pone á todos la pata! Pero, señores, gritaba don Custodio al oir tantas exclamaciones; seamos prácticos, ¿qué local hay más á propósito que las galleras? Son grandes, estan bien construidas, y maldito para lo que sirven durante la semana.

El astrólogo fingido, del mismo poeta, además de ser imitado por Tomás Corneille, lo fué también en el año 1646 por d'Ouville, con el título de Jodelet, astrologue. Les trois Dorothées, de Scarron, proviene de No hay peor sordo que el que no quiere oir, de Tirso, y La fausse apparence, de No siempre lo peor es cierto, de Calderón.

Roger volvió á ver con alegría el hábito blanco de algunos religiosos allí aposentados y recordó conmovido sus años de vida monástica al oir la campana de la capilla convocando á vísperas.

Señor Comisario Real, Marqués de Valdelirios: Joseph de Barreda, de la Compañía de Jesús, Prepósito Provincial del Paraguay, parece ante V. S. para que en fuerza de su Real Comisión con que está entendiendo en los tratados de la línea divisoria de las dos Coronas de España y Portugal, se sirva de oir en justicia los clamores con que esta provincia desea manifestar la fidelísima lealtad con que hasta hora presente ha obedecido á ciegas y con pronto rendimiento las cédulas reales y todas las órdenes conducentes á la evacuación de los siete pueblos de Misiones que están entre el río Abiquy y las márgenes del río Uruguay para que, según el consabido tratado, se entreguen á los dominios de Portugal, y saliendo los indios que hoy los habitan á otros territorios pertenecientes á la Corona de España, trasladen á ellos sus bienes muebles y semovientes y fabricando nuevos pueblos é iglesias, labren tierras para mantenerse de sus frutos.

Diéronme entonces tentaciones de echar a correr, pero me quedé como clavado en el suelo, retenido allí por mi propio juramento. No tardé en oír pasos... Alguien abrió... Lancéme al interior de una habitación oscura como boca de lobo, abrí una puerta por cuyos intersticios se filtraba la luz y exclamé con acento de resolución suprema: ¡Señorita!

Pero el cuñado protestaba con grandes aspavientos al oír esto. ¡Qué barbariá! ¡Lo que sois las mujeres!

Cuando se despertó, el reloj de la aldea de Charmes daba las cuatro. Hullin, al oír aquellas lejanas vibraciones, salió de su amodorramiento; abrió los ojos, y como mirase sin conciencia de lo que hacía, tratando de evocar sus recuerdos, el vago resplandor de una antorcha pasó ante su vista; el guerrillero sintió miedo y se dijo: ¿Me habré vuelto loco?

Pasamos un puente, á cuya izquierda hay un guardia civil: mi mujer se baja del carruaje, besa la tierra, y da un napoleon al guardia, que no quiere tomarlo. Estamos en España. Al oir mi mujer que estamos en España, las órbitas la saltan de los ojos, y tartamudeaba de alegría.

Después que hubo contemplado silenciosamente por un momento la obra de Marta, le preguntó: ¿Para quién es ese ramo? Para María, que quiere empezar esta tarde sus flores a la Virgen. Me ha pedido que le hiciese dos y ya tengo uno en casa. Un relámpago de alegría pasó por los ojos del joven al oír el nombre de su amada y empezó a interesarse en el arreglo del ramillete.