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Pertenecían á distinta batería, pero figuraban en la misma división y habían tomado parte en iguales combates. El oficial admiraba á su antiguo cuñado. ¡Quién habría podido adivinar un héroe futuro en aquel ingeniero tranquilo y silencioso!... Y sin embargo, era un verdadero héroe.

Cada español que le saluda, sea empleadillo ó dependiente de almacen, lo endosa á su compañero por gefe de negociado, marqués, conde, etc.; en cambio si pasaba de largo, ¡psh! es un bago, un oficial quinto, ¡un cualquiera!

Flimnap había creído necesario, teniendo en cuenta su nueva importancia oficial, llevar bajo el brazo una gran cartera de cuero, semejante á la que ostentaban los altos funcionarios del Estado cuando iban á despachar con los señores del Consejo Ejecutivo.

La mayor había hecho una gran fortuna fugándose con un príncipe ruso, y los periódicos de París hablaron varios días de la desesperación del «bravo oficial del ejército español», que deseaba matar, vengando su honor, y hasta le compararon con Don Quijote.

La niña no se convencía, y a estas razones oponía otras muy cuerdas. Pero la pícara se callaba lo principal, y lo principal era que tenía otro novio, a quien de veras amaba. Este otro era un oficial de Artillería, llamado, de muy buena presencia y gentil figura.

Aquel día se sirvió un almuerzo que á todos pareció suculento, la alegría reinó en todo el campamento y á la mañana siguiente, 30 hombres de infantería al mando del valeroso oficial Estévez, hicieron un minucioso reconocimiento por los lugares donde el día anterior se había librado la batalla, encontrando 12 muertos y gran número de charcos de sangre.

Evidentemente, algo había pasado entre ella y él... De otro modo no se explicaban las frecuentes alusiones y chanzas que acerca del oficial provocaba la misma Coca, ¡sin duda por tenerlo siempre presente!... Preocupado con estos pensamientos salió Vázquez de la casa de Itualde, y tan preocupado, que tropezó en la calle con un transeúnte...

El oficial que los mandaba se llamaba don José Campon, capitan del primer escuadron de Tiradores de la Libertad que era la Escolta del Presidente General en Gefe.

Que un hidalgo no debe a otro que a Dios y al Rey nada, ni es justo, siendo hombre de bien, se descuide un punto de tener en mucho su persona. Acuerdóme que un día deshonré en mi tierra a un oficial y quise poner en él las manos, porque cada vez que le topaba me decía: "Mantenga Dios a vuestra merced."

Porque Gillespie sólo podía imaginar que fuese un emisario del Consejo Ejecutivo este oficial que brillaba al sol como si fuese todo él vestido de vidrio y además llegaba montado en un vehículo automóvil de aspecto tan fiero. Puso sobre la arena una de sus manos, y el militar montó en la palma con cierta torpeza, que hizo sonreir al coloso.