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«El deseo que el pueblo tenía de saber la resolución que se tomaba en las causas del Maestro Juan de Villalpando y de Catalina de Jesús, que habían sido presos por este Santo Oficio muchos días había, lo movió de manera que con ser este Auto particular, vino á ser el más solemne y de mayor concurso de gente, así de la ciudad como forastera, que jamás se ha visto en otro; pues con ser muy grande la distancia que hay desde las casas del Santo Oficio hasta el dicho convento y la Iglesia de él, que es de las mayores de esta ciudad, hubo gran dificultad en pasar los presos y el acompañamiento del Santo Oficio por las calles y en entrar en dicha Iglesia, según todo estaba ocupado de gente que se había prevenido y tomado lugar desde la media noche

Además, este barrio popular y sucio había sido el de los grandes autores del Siglo de Oro, el llamado «barrio de los poetas». En el espacio ocupado por tres calles pequeñas habían vivido casi a un tiempo los hombres más célebres de la literatura castellana.

Toda la santa tarde estuvo mi hombre ocupado en el transporte de los ladrillos, y tuvo la satisfacción de que ni uno solo de los setenta se le rompiera por el camino. El contento que inundaba su alma le quitaba el cansancio, y provenía su gozo casi exclusivamente de que Jacinta, en aquel ratito en que le llevó aparte, le había dado un duro.

Parece que aquello está ocupado por un solo hombre; un hombre que se hacina de la misma manera en todas partes. Los palcos son cortos y profundos, lo cual hace que la concurrencia no se pueda mostrar completamente, comunicando al todo la gracia de la variedad y la grandeza de la muchedumbre.

El pradillo frente á la cárcel, del cual hemos hecho mención, se hallaba ocupado hace unos doscientos años, en una mañana de verano, por un gran número de habitantes de Boston, todos con las miradas dirigidas á la puerta de madera de roble con puntas de hierro.

Otros guardaban los autores teológicos, y el resto estaba ocupado por todos los libros escritos en favor y defensa de la Compañía de Jesús. Aresti leía con curiosidad los nombres de aquellos autores que le eran desconocidos y á los cuales atribuía el hermano una fama universal. Realmente, era todo antiguo en aquella biblioteca: olía á sepultura. Descendieron á los claustros.

Nancy interrogó a Godfrey con una mirada dolorosa; pero los ojos de éste estaban fijos en el suelo, en el sitio en que agitaba la punta de su bastón, como si estuviera ocupado distraídamente en algo. Entonces pensó que había una frase que sentaría mejor en sus labios que en los de su marido.

Y, á propósito: no hay trovador novel ni poeta melenudo que se haya creído dispensado de echar su parrafito á las orillas del manso Guadalquivir, ó del aurífero Darro, ó á las aguas del histórico Guadalete, sembrando aquí y allá bosques y florestas, frondosidad y fragancia, césped y lirios, que así existen donde los colocan los vates, como yo soy arzobispo; en cambio, cuando alguno de aquellos ingenios ha pisado el suelo de la Montaña, en lugar de cantar lo que ella le mostraba, en lugar de darle lo que se le quita para engalanar ajenas hermosuras, se ha ocupado en escribir á «la civilización» si los moradores de aquende comen borona, andan descalzos y gastan los calzones más ó menos remendados, como si se tratara de un aduar de Marruecos ó de la isla de Annobón.

Batiste apenas comió, ocupado en contemplar la voracidad de los suyos. Batistet, el hijo mayor, hasta se apoderaba con fingida distracción de los mendrugos de los pequeños. A Roseta, el miedo le daba un apetito feroz. Nunca como entonces comprendió Batiste la carga que pesaba sobre sus espaldas.

Fue una granadina muy guapa, hija de un magistrado de aquella Audiencia territorial. La conoció mi padre andando por allá una temporada, ocupado en negocios de minas, y se casó con ella de la noche a la mañana. El magistrado era viudo y pobre, y se murió dos años después de la boda de su hija.