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Hay hombres cuya alma se halla tan próxima a la de la madre naturaleza que apenas parece desprendida de ella. Por eso hablan y entienden el lenguaje de todos los seres vivientes, penetran fácilmente en los limbos obscuros de la animalidad y viven allá adentro como en su propia morada.

Los caballeros maestrantes lucían sus uniformes obscuros, los sanjuanistas su cruz roja, y hasta los oficiales de reemplazo y los del batallón de Veteranos se adosaban los arreos militares para acompañar a la señora en la visita a los templos y lucir de paso sobre el pecho las recién frotadas cruces.

Al contrario, tal vez se hubiera complacido ella en ver con los ojos de su cuerpo mortal y en hablar y en oír hablar a varias almas en pena de los progenitores de su marido, las cuales almas, según afirmaba el vulgo, solían aparecerse durante la noche, y andaban vagando por los más recónditos camaranchones y obscuros escondrijos de aquel laberinto arquitectónico.

Yo deploro que San Pedro en Roma y las catedrales de Burgos, de Toledo y de Sevilla en España, tengan que convertirse en ruinas para que no se rece en latín, que ya casi nadie entiende, y para que en aquellos antiguos y obscuros santuarios penetre de lleno la luz y venga a animarlos la vida.

Cuanto hay que saber de Clarita lo sabes mejor que yo. ¿Qué puedo añadir á lo que sabes? Oiga V., tío: aunque niña, no soy tan fácil de engañar. Aquí hay varios puntos obscuros, inexplicables, y yo no sosiego hasta que todo me lo explico. Pues ya estás aviada, hija mía, si no te sosiegas hasta que halles la explicación de todo. Condenada estás á desasosiego perpetuo.

En otros lienzos no menos obscuros veíanse castillos arrojando llamas por sus troneras, y al pie de ellos guerreros con la cruz blanca de ocho puntas sobre la coraza, tan grandes casi como las torres, y aplicando a éstas sus escalas para subir al asalto.

Estas carrozas, que ya se han sumergido en los obscuros abismos del no ser, se componían de una especie de navío de línea, colocado sobre una armazón de hierro; esta armazón se movía con la pausada y solemne revolución de cuatro ruedas, que no tenían velocidad más que para recoger el fango del piso y arrojarlo sobre la gente de á pie.

En el cielo aparecían nubes de colores pronunciados y brillantes; dragones de fuego agitándose en la boca de un horno. Las grandes nubes escarlatas, los stratus obscuros en forma de peces, acabaron por ocultar el sol.

Arriba, sobre los tejados, cubriendo la plaza como un toldo de apelillado raso que transparentaba infinitos puntos de luz, el cielo del verano con su misteriosa y opaca transparencia. En los obscuros balcones distinguíanse, entre los tiestos de flores y el botijo puesto al fresco, confusas siluetas ligeras de ropa.

Esto no es cierto: es una mentira fraguada en esos obscuros conciliábulos de cierto palacio que no quiero nombrar. Siempre fué enemigo de la libertad. Todos le conocéis: es un enemigo encubierto de la libertad. ¡Abajo los disfraces! Mucha atención, ciudadanos. No os descuidéis. Estad alerta, ó si no, ¡ay de la libertad!