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El religioso era un hombre como de treinta y cinco á cuarenta años, de semblante pálido, grandes ojos negros, nariz aguileña y afilada, y bigote y pera negrísimos. Su espeso cerquillo era castaño obscuro, y las demás partes de su cabello y de su barba estaban cuidadosamente afeitadas.

Su alma de coleccionista era capaz de los mayores heroísmos para evitarlo. Cada día aportaba una ola nueva de malas noticias. Los periódicos decían poco; el gobierno hablaba con un lenguaje obscuro, que sumía el ánimo en perplejidades.

Ramiro le miró partir sin llamarle, y caminando hacia la cueva, fue a sentarse en el rincón más obscuro, oprimiendo el crucifijo contra su pecho. ¿Qué había escuchado? ¿Su padre? ¡Un morisco!

El respetuoso Sa-Tó, descorrió las cortinas y me hallé en un jardín obscuro y silencioso, donde, entre sicomoros seculares, kioscos iluminados, brillaban con una luz suave, como colosales linternas perdidas en la selva. Los surtidores y las fuentes murmuraban en la sombra.

Los naranjos extendíanse en filas, formando calles de roja tierra, anchas y rectas como las de una ciudad moderna tirada a cordel, en la que las casas fuesen cúpulas de un verde obscuro y lustroso. A ambos lados de la avenida que conducía a la casa, extendían y entrelazaban los altos rosales sus espinosas ramas. Comenzaban a brotar en ellas los primeros botones anunciando la primavera.

Se dirigió lentamente hacia la puerta, y hasta volvió la cabeza para decir sonriendo: «¡Buenas noches, buenas nochespero así que salió al comedor obscuro, se puso a correr hacia su cuarto en puntas de pie con una rapidez como si tuviera alas.

Por lo tanto, á esta enfermedad de su espíritu atribuímos la idea de que el ministro, al dirigir sus miradas hacia el cielo, creyese contemplar en él la figura de una inmensa letra, la letra A, dibujada con contornos de luz de un rojo obscuro.

La viviente mancha obscura, las incontables ballestas las innumerables lanzas juntas cual lluviosas hebras, todo obscuro como el bosque que guarda sus madrigueras, todo inquieto cual las ramas que sacude la tormenta, preséntase prolongando la espesura de la selva. ¿Qué es aguardar?

No quiere creer en sus sentidos. Todo ha cambiado, todo está embellecido. El patio, que la lluvia en otro tiempo convertía en un horrible pantano y que durante el verano era un hoyo lleno de polvo, luce entonces un verde césped y parece una pradera cubierta de flores. Las puertas del granero y de las cuadras brillan con un hermoso color obscuro y tienen números pintados de blanco.

Y parece que son siempre los mismos, siendo en realidad siempre otros, en su constante tránsito de lo obscuro a lo obscuro. No se advertía cómo transcurrían las horas. Las botellas se vaciaban. El ruido y el calor aumentaban; la atmósfera se iba poniendo poco a poco más turbadora y excitante.