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Entra y sube a su cuarto, para escribir a madama Scott, diciéndole que por asuntos de servicio se ve obligado a partir al instante, y no podrá comer en el castillo; ruega a madama Scott presente sus respetos a la señorita Bettina. ¡Bettina! ¡Ah, cuánta pena le da escribir este nombre! Cierra la carta para enviarla más tarde.

No hay nadie sin defectos, se decía, y es preferible que tenga éstos al que yo había imaginado. Cinco o seis días después del suceso relatado, El Joven Sarriense insertaba una gacetilla donde pérfidamente se insinuaba la misma idea que le había obligado a hacer aquella memorable excursión nocturna a Tejada.

Todavía no atinaba Zadig si iba con el mas loco ó con el mas cuerdo de los hombres; pero tanto era el dominio que se habia grangeado en su ánimo el ermitaño, que obligado tambien por su juramento no pudo ménos de seguirle. Aquella tarde llegáron á una casa aseada, pero sencilla, y donde nada respiraba prodigalidad ni parsimonia.

Y Nietzsche entonces, en cumplimiento de las leyes, se vio obligado a tomar las armas y a ir a la guerra. Antes de aquellos días Nietzsche apenas se había distinguido; pero, hallándose en el cerco de París, un casco de granada hirió y derribó su caballo, y Nietzsche mismo cayó por tierra maltrecho y con una profunda conmoción cerebral.

Hoy que la resolución del problema se aproxima, me creo obligado a sostener esta opinión, a comunicar al pueblo mi pensamiento y el resultado de mis meditaciones. Si no tienes que hacer voy a leerte la carta que dirijo con este motivo al Progreso de Lancia.

El pobre mozo, obligado á ocultar sus aficiones flamencas, sólo les daba suelta por las noches cuando su abuela y su madre se iban de fila á casa de algún vecino.

¡Ya lo veis! os desempeñáis a maravilla, maese Marner dijo Dolly ; sin embargo, ¿qué vais a hacer cuando estéis obligado a permanecer sentado en vuestro telar? Porque se va a volver más movediza y traviesa de día en día, seguramente, que Dios la bendiga.

Había muchos ojos que los miraban y la señorita Priscila estaba muy contenta de que ella y su padre se hubieran encontrado, al llegar en coche a la puerta de la Casa Roja, a tiempo precisamente para ver aquel lindo espectáculo. Habían ido a acompañar a Nancy ese día, porque el señor Cass se había visto obligado, por razones particulares, a ir a Lytherley.

Al fin y al cabo, considerando la dirección en que lo había llevado la cacería, no estaba mucho más lejos de su casa que de Batterley. Sin embargo, Dunsey no brillaba por su lucidez de espíritu. No llegó a esa conclusión sino al darse cuenta de que estaba obligado por otras razones a tomar la resolución sin precedente de volver a la casa a pie.

Sus reumatismos lo habían obligado hacía poco a compartir esta última función con un joven de facciones delicadas que estaba sentado frente a él.