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Había alquilado un buque entero: «El Ceilán». Y a la mañana siguiente, por un mar azul-prusia, bajo el vuelo blanco de las gaviotas, cuando los primeros rayos del sol ruborizaban las torres de Nuestra Señora de la Guardia, puse proa hacia Oriente. «El Ceilán» tuvo un viaje monótono y lleno de calma hasta Shang-Hai.

Sus pensamientos suelen dilatarse, dentro de nuestra alma, con ecos tan inefables y tan vagos, que hacen pensar en una religiosa música de ideas.

Nos zampamos en un santiamén Marcial y yo las sobras, y seguimos el viaje, ellos a caballo, marchando al estribo, y nosotros como antes, en nuestra derrengada calesa. La comida y los frecuentes tragos con que la roció excitaron más aún la vena inventora del viejo Malespina, quien por todo el camino siguió espetándonos sus grandes paparruchas.

Limpia y coqueta, sonríe en medio de un cinturón de verdor del que surgen sus torres grises. Aquellas fortificaciones son celebradas en diez leguas a la redonda. Son el paseo favorito de los aiglemonteses, que no se cansan de admirar sus puntos de vista, y es la primera visita que se impone a los extranjeros a quienes los azares o las exigencias de la vida conducen hasta nuestra peña.

Vio anoche la propia figura de la Virgen». Mujer, quita allá. Mi palabra... Pregúntaselo a Belén. ¡Bah!, ni que fuéramos tontas... ¿La cara de la Virgen?... Vaya... Sería la de Nuestra Señora del Aguardiente.

Tan distante estoy de creer en la imposibilidad de distinguir filosóficamente la vigilia del sueño, que antes bien opino que la diferencia entre estos dos estados es uno de los hechos mas claros y ciertos de nuestra naturaleza.

Es verdad que en todos los estados, en todos los pueblos y edades, ha habido declamadores contra tales vicios, pero por degracia han sido los menos, y los mas abandonados, y talvez perseguidos; y mucho mas si las medidas de una sana moral y máximas filantrópicas, estaban en razon inversa de los intereses de unos, de la ambicion de gloria en otros, y de la grosera y estupida ignorancia, especialmente de aquellos que creen estar negado á nuestra era todo lo que no alcanzaron sus mayores.

Cuando quisimos salir de la torre, grande fué nuestra sorpresa al hallar cerrada la puerta. Al parecer, el joven guardián, ignorando nuestra presencia, había dado vuelta á la llave, mientras nos hallábamos en la plataforma. La primera impresión fué la de la alegría. La torre era decididamente una torre encantada.

Reciban desde las pobres páginas de esta nuestra humilde Historia, el tributo de la mas entusiasta admiración y gratitud, los aragoneses contemporáneos nuestros que no se dan punto de reposo en honrar con su pluma o con su palabra el noble país en que nacieron, entre los que figuran los nombres de D. Gerónimo Borao, Don Manuel Andreu, D. Manuel Lasala, Don José Nadál, D. Bienvenido Comin, Don Mauricio Martínez, D. Bartolomé Martínez, D. Vicente Ventura, D. José Puente, D. Narciso Ena, D. Custodio, Don Mariano y D. Vicente Carderera, D. Angel Gallija, D. Tomás Lalaguna, D. José María Huici, D. Esteban Gabarda, D. Miguel Ferrer, D. Joaquin Mateo, D. Martín Sanchez, D. Leon Ros, y D. José Ríos y una distinguida pléyade de jóvenes aragoneses en cuyo número se cuentan D. Eusebio Blasco, D. Joaquin Tomeo, D. Martín Villar, D. Pablo Gil, D. Juan Clemente Cavero, D. Joaquin Marton D. Agustin Paraiso, D. Julio Monreal, D. Joaquin Gil Verges, D. Mariano Viscasillas, D. Eugenio Borao, D. Francisco Codera, D. Constantino Gil, Don Juan Pablo Solér, D. Francisco Navarro, D. Santos Pina, D. Bruno Solano, el vizconde de Torres-Solanot, D. Iñigo Figueras, D. Cándido Campo, Don Marceliano Isabal, D. Leon Abadías, D. Mariano Supervia, D. Antonio Aparicio, D. Mariano Baranda, D. Pedro Andrés Catalan, D. Andrés Cabañero, D. Joaquin Torres, D. Mariano Martín, D. Pedro Pomar, D. Elías Vicente, D. Filomeno Cueva, y, en fin, otros muchos jóvenes que nos dispensarán si no les nombramos por sernos infiel la memoria al entrar en prensa estas páginas, y que todos dan y esperamos que darán días de gloria al país aragonés.

Me hubiera sido más fácil soportar la muerte de mi nene y nuestra vida hubiera podido parecerse más a lo que antes pensábamos que sería. Las lágrimas de Nancy empezaron a correr y ella cesó de hablar.