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Varias veces me ya por vencido y hasta por muerto; mas apenas dejé de ser escritor, cuando reviví como tal bajo diversa forma. Primero fuí poeta lírico, luego periodista, luego crítico, luego aspiré á filósofo, luego tuve mis intenciones y conatos de dramaturgo zarzuelero, y al cabo traté de figurar como novelista en el largo catálogo de nuestros autores.

Recapacítese bien y se verá que, en ninguna época colocados los hombres en el nivel de la más vulgar y mediana cultura que entonces había, se han requerido más especiales estudios ni más largos años de aprendizaje para ser poeta o novelista que para ejercer otro oficio cualquiera.

El novelista imagina a su antojo a los personajes de su novela, tontos o discretos, malvados o bonachones, débiles o briosos, y luego por ineludible dialéctica los mueve a que lo digan y lo hagan todo en consonancia con lo presupuesto.

Si las prendas de un novelista son el agudo y perspicaz talento de observación, la firme destreza de estilo para trazar y pintar caracteres, y el arte de combinar sucesos y circunstancias para desenvolver una acción, hacer que progrese con rapidez creciente y lograr que llegue al término y desenlace que el autor le fija, bien podemos asegurar que el Sr.

No quiero ni debo poner barreras, meta, ni a modo de columnas de Hércules al ingenio de los hombres, escribiendo non plus ultra en dichas columnas. Allánense los ingleses a confesar que es posible la aparición de un dramaturgo que valga más que Shakespeare, y allanémonos nosotros a confesar que es posible la aparición de un novelista superior a Cervantes.

El novelista, en cuanto hombre, ve las cosas estereoscópicamente, en profundidad; pero, en cuanto artista, está desprovisto de medios con que reproducir su visión. No puede pintar: únicamente puede describir, enumerar. La misión de ver con mayor profundidad, delicadeza y emoción y enseñar a los otros a ver de la propia suerte, le toca al pintor.

Sólo entonces, fatigado de toda una noche de monótono trabajo periodístico, me era posible dedicarme á la labor creadora del novelista. Bajo la luz violácea del amanecer ó al resplandor juvenil de un sol recién nacido, fuí escribiendo los diez capítulos de mi novela. Nunca he trabajado con tanto cansancio físico y un entusiasmo tan reconcentrado y tenaz.

Octavio Feuillet, al escribir este libro, debió de poner en él mucho de mismo, de sus personales y elevados sentimientos reconocidos por todos sus críticos contemporáneos y por eso, sin duda, le ha resultado la mejor de sus obras, en donde más resaltan sus esenciales cualidades de novelista, creador de escenas y caracteres de ideal nobleza.

En una pieza de la celda bailaron danzas españolas, que el músico seguía atentamente con sus ojos de fiebre, mientras la novelista iba de un grupo a otro, sintiendo la simple alegría de la burguesa que no se ve olvidada. Esta fue su única noche feliz en Mallorca. Luego, al volver la primavera, el «amado enfermo» se sintió mejor y emprendieron el lento retorno a París.

Y cuando ese autor es un novelista de primer orden, un pintor de costumbres como ha visto pocos nuestra Península desde Cervantes acá, un hombre de agudo ingenio, rico de observación, y en donaires y gracias de decir excelente, natural es que emplee el método fisiológico contra los fisiólogos, y que, convirtiendo la defensa en ataque, en vez de vindicar directamente el matrimonio, ponga y clave en la picota de la sátira a la cínica e infame soltería, que dice Jovellanos.