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La sirvienta pensaba con razón, que el señor podía haber notado su ausencia, que la niñita podía haber llorado, que Blanca podía haber regresado del club; pero el negro, rumboso al fin, como todos los de su clase, quería concluir la noche con una cena en un café de la vecindad y porfiaba por retener a su mascarita.

"Qué dichosos instantes, viendo el alba nacer en esos otros horizontes distantes, las almas gozarán de dos amantes tan felices tal vez como nosotros. ¡Ellos más...! Aquí mata nuestro bien, la que odiamos, noche impía; allí la aurora grata que en fúlgidos torrentes se desata les ofrece de amor entero un día!"

Debo de estar pálido, desencajado... pero este egoísta no ve nada de eso». Entraron en un coche de tercera. En su mismo banco Frígilis encontró antiguos conocidos. Eran dos ganaderos que volvían de Castilla y después de hacer noche en Vetusta buscaban el amor de su hogar allá en la aldea.

Entonces, teniendo la certeza de que nunca podría aplacar a Ti-Chin-Fú, pasé toda la noche en mi cuarto del Loreto, donde, como en otro tiempo, las velas que ardían en los bruñidos candelabros de plata daban a los rojos damascos tonos de sangre fresca, medité despojarme, como de un adorno de pecado, de aquellos millones sobrenaturales.

La juventud estudiantil, esperanza de la patria, ha venido aquí una noche, armada de mazas y de picos, y la ha asaltado románticamente, pero la valla sigue incólume. Hasta las autoridades gubernativas se propusieron echarla abajo, sin que su gestión obtuviera éxito ninguno... Y ¿qué se puede esperar de un pueblo que, todo él, no logra demoler una pobre valla de maderas carcomidas?...

Todavía recordaba las palabras que había oído en noche ya lejana, cuando en uno de esos momentos de tranquilidad demasiado raros, había cedido a la insistencia de una multitud alegre, y se había puesto a tocar el piano.

V. La Egloga á la muerte de Doña Isabel de Urbina, por D. Pedro Medina de Medinilla, entre las poesías que siguen á La Filomena, y el verso citado antes, de la Egloga á Conde, cuyas palabras, hasta que en Alba fué mi noche obscura, se explican y completan mutuamente. Así se deduce de un soneto y de un epigrama latino, que se encuentran en Las Rimas, de Lope de Vega.

En ciertos viajes predominaban los comerciantes, y la cubierta de paseo era durante veinte días igual a un salón de Bolsa. Rodaban millones de la mañana a la noche, y el buque se movía con el aplomo insolente de un banquero bien forrado que no teme al destino. Las enormes cantidades, compuestas puramente de palabras, parecían gravitar realmente en sus entrañas con peso abrumador.

Es bien que se entienda que ni por partirse á la hora que vino Copones, ni mucho antes ni después, nuestras galeras dejaban de topar los enemigos, porque las llevaban por proa; y si habían de pasar sin ser vistas por aquel camino que determinaron y no por el Canal de los Querquenes, había de ser de noche, como partieron, y según paresce, por un griego levante que se levantó algo furioso, me paresce que dieron fondo aquella noche y estuvieron surtas dos ó tres horas entre el armada turquesca y tierra, de manera que no se excusaba la destinada pérdida, y fuera mayor, porque al amanescer se hallara más cerca de los enemigos, para no poderse escapar las que vinieron á Sicilia, y más lejos del fuerte, para salvarse por entonces las que vinieron á él.

Sus palabras llevaban el desquite: parecía como si con un manojo de lirios azotara las frentes de los pecadores: sus anatemas eran alfileres con alas.... Esa noche triunfó y ya más nunca dejó de ser el triunfador.