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Estas no tienen un sentido fijo y decisivo; hay quien las entiende de un modo, hay quien las entiende de otro, hay, por fin, quien no las entiende de ninguno. Estas son buenas, porque, blandas como cera, adáptanse a todas las figuras; éstas son, en fin, el alimento de toda conversación.

16 Arrepiéntete, porque de otra manera vendré a ti presto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca. 17 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Al que venciere, daré a comer del Maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita un Nombre nuevo escrito, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.

Descalzóse el P. Caballero y empezó á pasarla, y tras él los indios, y á la verdad lo que padeció en aquel paso ninguno lo puede decir mejor que él mismo que lo experimentó.

Aquello produjo a Pepe malísima impresión, pero aún le desagradó más ver demostrada la intervención del cura. La cosa estaba ya fuera de duda: tras intentar apoderarse del ánimo de la madre, comenzaba por distintos medios a explorar el de la hija para los mismos fines. ¿Cuáles serían sus propósitos ulteriores? Motivos de conveniencia personal, al parecer ninguno.

El canton de Berna ofrece, en mayor escala que ninguno otro de la Confederacion, la prueba evidente de lo que constituye el secreto de la prosperidad de las sociedades modernas: instruccion pública y vias de comunicacion.

Pero ni De Pas ni Mesía estaban satisfechos. Los dos esperaban vencer, pero a ninguno se le acercaba la hora del triunfo. Esta mujer decía don Álvaro es peor que Troya. El remedio ha sido peor que la enfermedad pensaba don Fermín.

El enano, que á veces fallaba con alguna precipitacion, decidió luego que no habia vivientes en la tierra, y su razon primera fué que no habia visto ninguno.

El nombre de éste figura en los protocolos por esta razón; el de Antonio Pérez no se menciona siquiera, y el hecho es que en la paz de Vervins, firmada el 2 de mayo de 1598, no se comprendió á ninguno de los dos . Dos incidentes derivados del descubrimiento de las inteligencias de Antonio merecen especial atención.

»Vista la necesidad que tenía la llosa de servirse por aquella cambera; y »Visto, por último, que ninguno de los vivientes del lugar la había servido por otra parte, y que la costumbre hacía ley; y

Aquella mañana no había en doña Luz ascetismo ninguno, o por lo menos, no había acudido aún el ascetismo. Estaba doña Luz vestida con una linda bata, y los cabellos rubios, no peinados aún, recogidos en red sutil. Recostada lánguidamente en una butaca, leía, ya en este, ya en otro, de dos libros que tenía al lado. Eran Calderón y Alfredo de Musset.