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Como quiera que ello fuese, al menos durante los tres primeros años, según ya queda dicho siempre fue de maravillar o la virtud de Rafaela o su prudencia sigilosa. A pesar de la jactancia de muchos hombres que gustan de hacer creer que son favorecidos, ninguna acusación terminante hubo contra Rafaela.

¿Pero nada me decís? ¿Ninguna señal vuestra me dais? ¡Ah! ¿queréis una señal? Tomad. ¿Y qué es esto...? Tomadlo. ¡Una joya! No, una señal. Y oíd: seguid guardando un profundo secreto acerca de vuestras dos aventuras conmigo. Vos no habéis estado en la portería de damas, vos no habéis oído nada.

... no es fea; pero, vamos, no es ninguna cosa del otro mundo. No, señora, es de este mundo; una belleza mortal, pero digna de ser inmortal. Además, carece de fortuna.

Al fin, no pudiendo contenerse, dejó plantadas a las camaristas, y se fue hacia Marta, y bajando el rostro hasta tocar con el de ella, le dijo: No llores, querida mía, no llores más... No nos sucede ninguna desgracia para que te aflijas tanto... Piensa, al contrario, en el gran favor que Dios me otorga al llamarme a ser su esposa... ¡Debieras alegrarte, pichona!... Vamos, no llores más, ¡mira que me estás quitando el valor!...

Rezaban en alta voz, hacían sacerdotes a sus hijos, buscaban influencias para meter a sus hijas en los conventos, figuraban como gente de dinero entre los partidarios de las ideas más conservadoras, y sin embargo pesaba sobre sus personas la misma antipatía que en otros siglos, y vivían aislados, sin que ninguna clase social quisiera aliarse con ellos.

Estas palabras hicieron mucha impresión en el almirante, hasta el extremo de interrumpir la traducción de mis palabras por el intérprete señor Leyva, y me interpeló diciendo: ¿Porqué ha revelado V. nuestro secreto? ¿Quiere decir que V. no cumple con mi consigna y el silencio ofrecido? Le contesté que ninguna revelación había hecho del secreto referente á él y al Cónsul.

-Pues en esta parte de abajo -dijo Sancho- no tiene vuestra merced más de dos muelas y media, y en la de arriba, ni media ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano.

Algo quiso decir en alta voz; pero él no la dejaba meter baza, y como si trajera un discurso preparado y no quisiera dejar de pronunciar ninguna de sus partes, pegó en seguida la hebra: «¿Te acuerdas de cuando yo estaba loco? Los ratos que te di te los tenías bien merecidos; porque en realidad te portabas muy mal conmigo.

Entre ésta existía, sin embargo, un mancebo hacia el cual ninguna doncella de la ciudad había osado levantar los ojos hasta entonces con anhelos matrimoniales. Era el conde de Onís.

Vaya usted, vaya usted, señor de Barragán, porque le digo a usted que si allí no se cura la ictericia en ninguna parte se la curará usted. Señora, yo no padezco de ictericia ni me duele nada repuso gravemente Barragán . Lo único que tengo es que quisiera saber... vamos, quisiera saber si hay algo o no hay nada...