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«Pero, hombre, ¿has visto? le dijo el papá Pez, prejuzgando con su tonillo burlón el asunto de que iba a tratar . Otra carta del Canónigo en que viene con las mismas historias... Nos recomienda a esa tal Isidora y a su hermano para que les aconsejemos y les dirijamos..., ¡qué tonterías!, en su pretensión... Dice que son nietos de la marquesa de Aransis; que él lo probará ante los Tribunales. ¿ crees esto?

El hombre contestó: ¿Urashima? ¿cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus hermanos, ha siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la tal choza. Hace centenares de años que era escombros.

Pero dando por supuesto que esos dos merecieran castigo, ¿qué tenemos que ver nosotros con su delito? Si una persona le agraviase, ¿sería usted capaz de vengarse en sus hijos y sus nietos? No lo creo. Principiaría usted por perdonar al ofensor, y si no le perdonaba, al menos se guardaría de causar ningún daño a sus hijos.

Una pierna que parecía de cartón chamuscado asomaba entre los escombros. Creyó ver otra vez á la vieja con los nietos agarrados á sus faldas. «Señor, ¿por qué huyen las gentes? La guerra es asunto de soldados. Nosotros no hacemos mal á nadie y nada debemos temerMedia hora después, al bajar una cuesta, tuvo el más inesperado de los encuentros.

Su cuerpo parecía el abuelo y las piernas los nietos, mientras que por sus zapatos tenía aire de navegar en seco ¡eran unos enormes zapatos de marinero que protestaban del gusano de pelo de su cabeza con la energía de un convento al lado de una Exposicion Universal!

Madre dijo Dolores, sitiada por los niños , si no llama usted a esas criaturas, no se cocerán las batatas de aquí al día del juicio. La abuela arrimó la rueca a un rincón y llamó a sus nietos. No vamos respondieron a una voz si no nos cuenta usted un cuento. Vamos, lo contaré dijo la buena anciana.

En cambio continuó , si alaban una buena cualidad de su raza la atribuyen a los indios, y los que tal dicen son nietos o biznietos por padre y madre de gallegos y vascos que llegaron a América a fines del siglo XVIII... Y si los indios no son los autores de lo bueno, le cuelgan el milagro a la «raza latina», que no es más que una ficción histórica.

Llegada la noche, inquietó a Barbarita la tardanza de Jacinta, y cuando la vio entrar fatigadísima, el vestido mojado y toda hecha una lástima, se encerró un instante con ella, mientras se mudaba, y le dijo con severidad: «Hija, pareces loca... Vaya por dónde te ha dado... por traerme nietos a casa... Esta tarde tuve la palabra en la boca para contarle a Baldomero tu calaverada; pero no me atreví... Ya debes suponer si la cosa me parece grave...».

Mucho caviló don Paco sobre aquel diálogo, midiendo e interpretando la palabras de Juanita. Le había llamado abuelo, pero con amable risa. Todos los hombres, abuelos y nietos, solemos prometérnoslas felices y casi siempre nos inclinamos a dar la más favorable interpretación a cuanto dicen las mujeres que pretendemos.

Y el hombre práctico, el inglés, para no divagar más, cubría otras dos hojas con las explosiones de su indignación contra todo lo que le rodeaba: contra sus hermanos de raza, tímidos y humildes, que besuqueaban la mano enemiga; contra los nietos de los antiguos perseguidores; contra el feroz padre Garau, del que no quedaba ya ni polvo; contra la isla entera, la famosa Roqueta, a la que vivían sujetos los suyos por un amor al terruño, pagado siempre con aislamientos e insultos.