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A las siete de la tarde se saludaban con un beso en plena calle, como enamorados que se encuentran por primera vez, y luego de su comida volvían al nido de la rue de la Pompe. Argensola se vió rechazado, en todos sus intentos de amistad, por el egoísmo de esta pareja. Le contestaban con una cortesía glacial: vivían únicamente para ellos.

«¡Porque es muy rara esa persecución! ¡Siempre con ellos... un hombre que no hace su nido en ninguna parte...! Yo no , no . ¿Habrá algo?... ¿Qué te parece a ti?». Pues... dijo la de Rubín pensándolo mucho , a me parece que no. Pues como haya algo, no se me ha de escapar, porque estoy allí, como quien dice, en mi garita de vigilancia.

También envidiaba a los pastores de Teócrito, Bion y Mosco; soñaba con la gruta fresca y sombría del Cíclope enamorado, y gozaba mucho, con cierta melancolía, trasladándose con sus ilusiones a aquella Sicilia ardiente que ella se figuraba como un nido de amores.

El maestro, subiendo al viejo asiento, encontró el nido caliente aún, y mirando a lo alto hacia las enlazadas ramas, se halló con los ojos negros de Melisa. Se miraron en suspenso. Melisa fue la primera en hablar. ¿Qué quieres? preguntó secamente. El maestro se había preparado su plan de batalla. Quiero algunas manzanas silvestres dijo en tono humilde.

Levantó el pesado cobertor de lana que tapaba el nido de búhos y vio a Catalina, a Luisa y a los demás sentados alrededor de una pequeña hoguera, que iluminaba las grises paredes. La anciana, sentada en un tronco de encina, con las manos cruzadas sobre las rodillas, miraba a la llama fijamente, con los labios contraídos y el color quebrado. Luisa, recostada sobre la pared, parecía que soñaba.

El peñón abrupto es arena rutilante. El nido es colmena. La altura es extensión. La cima ha sido cubierta por la arboleda en marcha: no se ven más que árboles. La roca altísima ha sido invadida por el mar: no se ven más que olas. Hoy es plaza lo que ayer fue torre, lago lo que fue atalaya, cielo inconmensurable lo que fue astro esplendoroso.

Y así como una ave se resguarda en el caliente nido cuando estalla la tormenta, ella no tenía otro refugio que la inagotable ternura de su hermana. Adolfo y Laura propusieron a Coca un viaje a Buenos-Aires, para escapar del infierno de las habladurías tandilenses, de los artículos y de los duelos, de las felicitaciones y los anónimos.

Ora el misticismo amoroso y caballeresco la ensalza y la purifica como algo venido del Empíreo, como fuente inexhausta de todo noble sentir y de todo arranque generoso, y crea la Beatriz y la Laura de los egregios poetas, ora el ascetismo adusto la aborrece y la teme, como nido de víboras, como oficina de embustes y de pecados, y como el más seguro anzuelo de que se vale Satanás para perdernos.

Era el primer día en que aquella mujer, para dar gusto á su hijo, comenzó á deletrear con el alma el idioma de la Naturaleza; y de improviso habíale dirigido aquel idioma palabras tan misteriosamente conmovedoras que penetraron al fondo de su corazón. Declinaba la tarde: el ave marina rezagada aguzaba sus remos, ansiosa de llegar á tierra y á su nido.

De una de las raíces de la torre sube culebreando por el alambre vibrante la electricidad, que enciende en el cielo negro el faro que derrama sobre París sus ríos de luz blanca, roja y azul, como la bandera de la patria. En lo alto de la cúpula, ha hecho su nido una golondrina.