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Le costó gran esfuerzo disimular el enojo; pasó un rato muy malo, pero los mimos y carantoñas de su Circe le endulzaron algo el pesar. ¿Vendrás pronto a verme? le decía, poniéndose archizalamera . Cuanto antes mejor. Yo no soy exigente; si tienes miedo a que lo sepan en tu casa, pasearemos por las afueras... y luego nos vendremos aquí a nuestro nido, como dos tortolitos.

Aun conservo la paja, el musgo, la lana: restos preciosos de aquel nido hoy vacío y sin las ternezas que algún día le animaron a pesar de la frialdad que en él se observa, me gusta recogerme en él de cuando en cuando; la voz de mis padres, los gritos alegres de mis hermanas, los ruidos que producen la alegría y el amor, parece que resuenan bajo las viejas maderas que sostienen el techo.

El cabello dorado al ayre suelto Tiene de estar, el cuerpo desceñido, Descalzo el pie derecho, el rostro vuelto Al mar, á donde el sol sea zabullido, Al brazo este sartal será revuelto De las piedras preñadas que en el nido Del aguila se hallan, y esta cuerda Con mi intincion la virtud suya acuerda.

Como una serpiente enroscada en una peña yergue la inquieta cabeza para acechar un nido lleno de pajarillos, el bandolero observa desde lo alta de la torre del homenaje: no se atreve á atacar á los montañeses en su valle, pero está seguro de sorprender y cautivar á los que se arriesguen por la llanura. El castillo del noble desvalijador de caminantes está hoy arruinado.

La emoción de este parecía haber pasado al tío Frasquito, y conociendo el pobre viejo su debilidad, decidióse a buscar apoyo en el más fuerte... Cogió por un brazo a Jacobo y llevólo sigilosamente a su alcoba, nido risueño, tapizado con seda de Persia celeste, cubierto el pavimento con pieles blancas, con una cama de palo de rosa muy baja, muy aérea, vago conjunto de encajes, holandas y sedas celestes, semejante a una crespa ola del mar coronada de espumas blancas.

Le habían soltado, le dejaban vivir libremente, sabiendo, sin duda, que en ninguna parte encontraría un rincón para hacer su nido; que sus palabras iban a perderse sin eco en el silencio del terror. Al presentarse en Jerez, los amigos antiguos huían de él, no queriendo comprometerse. Otros le miraban con odio, como si desde su forzado destierro fuese responsable de todos los sucesos.

Me causan risa y lástima. No me acuerdo de lo que he hecho o dicho durante ese mes. , indudablemente ha pasado un mes, sin que yo le sienta pasar. Ayer el rosal que tengo en mi ventana, estaba cubierto de rosas; hoy las rosas están muertas, deshojadas... sólo las queda el pétalo negro y seco. Ayer me trajeron un nido de ruiseñores.

La hembra, ciega y glotona, turba la obra, amenaza los huevos; el macho no los deja, defiéndelos, más madre que la madre misma. Y con todo, ese ínfimo entre los ínfimos es un tierno y laborioso padre de familia: tan pequeño, tan débil, tan desheredado, es ingenioso arquitecto, el obrero del nido, y con sola su voluntad, su ternura, consigue fabricar la protectora cuna.

Hace mucho tiempo que detesta al conde miserable que se atreve aún a conservar un poco de altivez, y mañana, quizá, le echará de su nido familiar y ordenará luego la destrucción del nido. Es pobre, va mal vestido. Los perros de la aldea le morderán las piernas; las mujeres y los niños harán mofa de él. ¿Adónde irá entonces el desgraciado conde?

Pues llevarla a su casa Cervantes, no podía ser, que él vivía con tres camaradas, el mejor de los cuales no le hubiera querido el diablo por empeño, y hubiera sido como meter una paloma en un nido de gavilanes.