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9 en la cual consumado, fue hecho causa de eterna salud a todos los que le obedecen; 10 nombrado por Dios Sumo Sacerdote, según la orden de Melquisedec. 11 Del cual tenemos mucho que decir, y difícil de declarar, por cuanto sois tardos para oír. 13 Que cualquiera que participa de la leche, es inhábil para la palabra de la justicia, porque es niño;

Y en menos de dos minutos fue por ellos y los trajo, mostrándose muy sorprendida de que los vivos colores del diploma apareciesen desteñidos en algunos sitios como por gotas de agua. El niño se puso muy encarnado y no dijo una palabra: sus lágrimas de la noche anterior eran la causa de aquellas manchas.

El niño fijó un momento los ojos en aquel papel desconocido a que la mano que lo sostenía comunicaba temblores de rabia, y el pudor de su alma inocente tuvo fuerzas para colorear en sus mejillas por un momento la azulada palidez del espanto. Movió la cabecita y cerró los ojos, apartándolos. Eso es malo dijo , es pecado... ¿Pecado y lo has escrito? bramó el otro en el paroxismo de la rabia.

Esta lucha era superior a mis fuerzas, y bien pronto se apoderó de una convulsión violenta... yo oía confusamente los chillidos del niño y aquel grito que me decía: «¡VéngamePero de repente, y como en un sueño, se me puso delante de los ojos aquel suplicio, los soldados con sus picas, mi madre desgreñada y pálida, que con paso trémulo caminaba despacio, muy despacio, hacia la muerte, y que volvía la cara para mirarme, para decirme: «¡VéngameUn furor desesperado se apoderó de , y desatentada y frenética, tendí las manos buscando una víctima; la encontré, la así con una fuerza convulsiva, y la precipité entre las llamas.

Lo cual, ¡ay! fue verdad, cuatro años más tarde, cuando de Salamanca había hallado aquel niño manera de pasar, como ayo en la casa de un conde carlista, a estudiar a Madrid.

Después como si fuese acometida súbitamente por un rapto de locura se puso a gritar a la niñera: ¡Juana! ¡Juana...! ¡El niño! ¿Dónde está el niño? ¡Traerme el niño...! ¿Qué haces? ¿Qué quieres? preguntó a su vez sorprendido Aldama. ¡El niño! ¡El niño! seguía gritando Clara sin hacer caso.

¡Y ! añadió ella besándole en la frente . ¿Tienes sueño? , principio a tener sueño. No he dormido anoche. Estoy tan bien aquí... Duérmete, niño.... Principió a cantar como se canta a los niños para que se duerman. Poco después Pablo dormía. La Nela oyó de nuevo la voz de la Trascava, diciéndole: Hija mía... aquí, aquí. Los Golfines Teodoro Golfín no se aburría en Socartes.

Provenía don Restituto de una familia humilde de la Montaña, y en este accidente del nacimiento fundaba su crédito a cierta nobleza titular, pues para él todos los montañeses llevan algo de sangre hidalga. Había ido de niño a Cuba, y allí, en treinta años de reclusión y trabajos forzados, había amontonado un fortunón.

Era como un perrillo que prontamente distingue a su amo entre todas las personas que le rodean, y se adhiere a él y le mima y acaricia. Creíase Jacinta madre, y sintiendo un placer indecible en sus entrañas, estaba dispuesta a amar a aquel pobre niño con toda su alma. Verdad que era hijo de otra.

El jinete vio al chico, y entre bromas y veras, sacudió el siniestro brazo, y con el látigo, quizás sin pensarlo, le cruzó la cara, diciéndole: «Granujilla...». Entró Mariano en el cuarto en que el tal estaba y sin saludarle le dijo: «Vengo a por aquello. ¡Ah!, que listo andas. Agradece que lo hay. Toma, roío niño». Sacó tres duros del bolsillo y sin mirarle se los arrojó sobre la mesa.