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Brillaban sus negros ojos, por entre las largas y sedosas pestañas, como la luz del sol que arreboladas nubes mitigan. Era su tez como de leche y rosas. Esbelto su talle: elevada su estatura. A pesar de las flotantes y blancas ropas que velaban su cuerpo, se presentía y se adivinaba que era todo él maravilloso y armónico conjunto de perfecciones casi divinas.

Tienes razón dijo Iriondo con melancolía. ¡Si al menos pudiese ir todos los días al monte con la escopeta, á cazar chimbos!... Pero hay que despachar cinco ó seis barcos por semana. Tu primo quiere tragarse el mundo y todos trabajamos como negros... Además, nos hacemos viejos, Luisillo.

Vista de fuera, Honda parece una ciudad oriental ó morisca, ya par su caprichosa situacion y sus edificios de pesada manipostería, ya por el contraste de los colores, los techos, los blancos ó negros muros, las formas extravagantes y los balcones y azoteas, ya en fin por los penachos de los altos cocoteros, meciéndose blandamente como para abrigar con su sombra la ciudad, protegiéndola contra los rayos de un sol abrasador, que brilla en la mitad de un cielo eternamente azul y trasparente.

Estos cinco o seis tienen también ojos azules, siendo así que entre los Raséndil predominan los ojos negros.

Era morena, de facciones regulares, magníficos ojos negros y boca algo grande con unos dientes como perlas. Una mañana desapareció y no se ha vuelto á oir hablar de ella sino con el nombre de Jenny Hawkins, que suena infinitamente mejor que Juana Baud ó Baudier. Los ingleses la creen compatriota y eso les halaga. ¿Cuánto tiempo hace que se marchó? Debe hacer unos tres años.

Varias cúpulas desiguales, verdes y amarillas, revelaban la existencia de éstos remontándose por encima de la balaustrada final. En esta balaustrada aparecían sentados unos cuantos ángeles ó genios de bronce enteramente desnudos, con alas doradas, ofreciendo al extremo de sus brazos negros unos atributos de oro, cuya significación nadie llegaba á adivinar.

Estas cenizas sólo para nosotros esconden un poco de calor». Fortunata, que tenía en cada mano una de las gruesas bandas de sus cabellos negros, apartándolas como si fueran una cortina, no sabía si reír o echarse a llorar... ¿Has hablado con él...? dijo conmovida y al mismo tiempo sonriente.

Ahí está ese gaznápiro decía don Bernardino, espiando lo que no le importa; ¡y pensar que con media palabra mía, podía quitarme semejante estorbo! Por su parte, don Pablo Aquiles se irritaba cada vez que veía pasar al odiado personaje. ¡Cerrar esa puerta! prorrumpía apartando el mamotreto que estudiaba, ¡qué negros éstos! Nada, tendré que cambiar de sitio.

El P. Jesuita Jaime Planas los llama «negros aborígenes de Mindanao», opinión idéntica á la del jesuita P. J. B. Heras confirmada por el etnógrafo francés Mr. Montano. La etimología viene á corroborar esta opinión, demostrando que el nombre de dichos negritos se deriva de Banua tierra, país; mamanua «habitantes del país», con una trasformación fonética de b en m.

El pueblo gemía agobiado por enormes tributos y vejado y humillado por la guardia personal del príncipe, compuesta de mercenarios eslavos, de eunucos negros y de tres mil muzárabes andaluces. Una reyerta entre gente del pueblo y varios cobradores de tributos, sostenidos por hombres de la guardia del rey, promovió un motín que fue sofocado mientras que Alhakem estaba de caza.