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Si bien se observa, la misma regla á que atendemos en los negocios comunes, es mas general de lo que á primera vista pudiera parecer: de ella nos servimos en el curso ordinario de las cosas, de la propia suerte que en lo tocante á la naturaleza.

Mis compañeros de oficina, los comerciantes y los capitanes de buques con quienes mis deberes oficiales me pusieron en contacto, me tenían sólo por hombre de negocios, y probablemente ignoraban por completo que fuera otra cosa.

Estas personas se levantan cuando están más dormidas, y se conducen como sonámbulos en la mañana baldía, hasta que al cabo de unas horas han eliminado la saturación de sueño. Aquellas otras personas son de naturaleza muscular y robusta. Estas últimas, de naturaleza linfática y débil. Las primeras están dotadas para el éxito práctico: en la guerra, en la política, en los negocios.

En el curso mismo de los negocios ordinarios de la vida, nos acontece necesitar conocimientos de la existencia de una cosa, y de alguno de sus atributos, sin que nos sea preciso tener de ella un conocimiento perfecto.

Para cada uno de estos poderes se había buscado doña Inés un ministro, o si se quiere, una ministra. Para su alma sensual, que entendía y se empleaba en las cosas y negocios corpóreos y vulgares, tenía a Crispina, que la ponía al corriente de todos los sucesos del lugar sin elevación ni trascendencia.

Conocíale Montiño, y aun le trataba íntimamente, porque el cocinero del rey era hombre de negocios, y un hombre de negocios suele necesitar de toda clase de gentes.

Las extravagancias religiosas de don Pablo Dupont hacían reír a toda la ciudad; pero eran muchos los que reían con cierto temor, pues dependiendo más o menos directamente del poderío industrial de la casa, necesitaban de su apoyo para los negocios y temían su cólera.

El señor Fermín creía que, tratándose de un hombre de tantos méritos, era innecesario solicitar la autorización del amo. Dupont, por su parte, respetaba el carácter probo y bondadoso del agitador, y su egoísmo de hombre de negocios le aconsejaba la benevolencia. ¡Quién sabe si aquellas gentes volverían a mandar el día menos pensado!...

Te cobraré el treinta por ser ... que bien sabe Dios que a no me gustan estos negocios.

Tres días estuvo con nosotros; al cuarto se fué a Pluviosilla, con objeto de arreglar algunos negocios, y asistir a no qué fiesta solemnísima en el templo de Santa Marta. Estuvo por allá una semana. El día veinte de Febrero ya le teníamos de regreso. El viaje de Angelina quedó resuelto.