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Por la noche cuando me puse a soñar en la ventana como tenía por costumbre, una inquietud indefinible y oculta turbó mis ensueños. Pensé en aquel día, con tanta impaciencia esperado, y no pude negarme que las cosas no habían pasado según mis deseos. ¿Qué era lo que yo había esperado?

Era un caballero fino, distinguido, de fisonomía ingenua y simpática. No tenía motivo para negarme a recibirle en mi habitación algunos días. El dueño de la fonda me lo presentó como un antiguo huésped a quien debía muchas atenciones: si me negaba a compartir con él mi cuarto, se vería en la precisión de despedirle por tener toda la casa ocupada, lo cual sentía extremadamente.

»Tampoco a se me esconde que la vida de mi pobre Magdalena está pendiente de un hilo que puede romper cualquiera emoción violenta, y yo la quiero demasiado para negarme a hacer por ella, ya que es preciso, el sacrificio de aparentar que no la quiero tanto como la adoro realmente.

Es cosa vista... salvo siempre, y por supuesto, los altos designios de Dios. Me lo has oído muchas veces; y no podrás negarme que durante tu niñez, a falta del aire libre de mi tierra, te has sorbido la mitad del que corre a caño suelto en los paseos más desahogados de Sevilla.

Cuando de depende la bienaventuranza de alguien, ¿cómo negarme a que sea bienaventurado? ¿Del chico mal que causo a mi D. Joaquín, sin que él lo sienta ni lo vea, no resulta un bien grandísimo para otros sujetos? ¿Qué cosa sustancial, qué tesoro, qué joya quito yo a mi D. Joaquín para que un extraño la disfrute? ¿Por qué no regalar a quien lo merece y puede con lo que mi D. Joaquín ya no sabe ni puede regalarse?

Apenas honrado con la confianza de usted, mi primer deber era aconsejarle que no aceptase sino bajo beneficio de inventario, la embrollada sucesión que le había correspondido. Esta medida, señor, me ha parecido que ultrajaba la memoria de mi padre, y debí negarme. El señor Laubepin me lanzó una de sus miradas inquisitoriales que le son familiares; y repuso.

Unas veces empuñaba el volante, otras se mantenía al lado de su chófer, un indiazo de ojos feroces y sonrisa boba que manejaba el vehículo con una autoridad natural, como si el automovilismo datase de los tiempos de Moctezuma. Nunca he creído tanto en la fidelidad de los presentimientos como cierta noche que intenté negarme á acompañar al general en su paseo nocturno.

Es esto un horror, una cosa atroz... Su Majestad se empeñó en que había de aposentarme en Palacio y no he podido negarme a ello... «Candidita, no puedo vivir lejos de ti... Candidita, vente conmigo... Candidita, dispón de todo lo que esté desocupado arriba...» Nada, nada, pues a Palacio.

Necesitábamos un barco y un hombre. La doctora habló, orgullosa de su penetración que le había hecho adivinar en ti una fuerza aprovechable. Me dieron la orden de ir en busca tuya, de apoderarme otra vez de tu voluntad. Mi primer impulso fué negarme, pensando en tu porvenir. Pero el sacrificio era dulce; el egoísmo dirige nuestras acciones... ¡y te busqué! Lo demás lo sabes.

Has de comprar mi franqueza con tu benevolencia, no con tus burlas, y si persistes en negarme tu apoyo, no tendrás de ni una palabra. Cosas podría decirte que te dejarían pasmado; pero ya sabes... no se dan gratis los secretos como los buenos días. Venga tu voluntad y abriré el pico. Es que no puedo dar mi voluntad no conociendo a quién la doy ni por qué la doy.