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Desde Castilla al Rio de la Plata, Cuarenta dias solos se gastaban, Y no echaba el piloto en ello cata, Y el rio los navios embocaban. El General, llegando, desbarata De dos navios las obras que sobraban, Hermosos bergantines quedan hechos, Y en breve á la Asumpcion fueron derechos.

En fin, tales eran los disparates que salían de su boca, que me veré obligado, para evitar explicaciones enojosas, a sustituir sus frases con las usuales, cuando refiera las conversaciones que de él recuerdo. Sigamos ahora. Doña Francisca, haciéndose cruces, dijo así: «¡Cuarenta navíos!

Aconsejaron á Andronico, segun dice Pachimerio, que acometiese desde luego á los Catalanes con guerra descubierta; que ellos tenian cincuenta navíos en órden, y que con otros tantos que se armasen por el Emperador, ó se les diese dinero á ellos, aunque fuese en largos plazos, los pondrían ellos en la mar; y que á esto solo les movia ver á los Griegos maltratados, la tierra que ya tenian por patria maltratada y destruida de los que vinieron para defenderla.

Una sola ciudad, Londres, la capital más populosa del mundo, consume cada día más de un millón de metros cúbicos de agua, los suficientes para llenar un sitio donde pudieran flotar cómodamente cien navíos de gran porte.

Y habiendo sufrido muchas pérdidas, atrasos y arribadas, por los grandes temporales y otras contrariedades, al fin desde el rio Janeyro resolvió el Comandante, con acuerdo de los demas oficiales, que Diego de la Rivera con dos navios y tres fragatas saliese para el Estrecho con la gente, víveres y efectos destinados á poblar.

Cuentan que de tres navios, habiéndose perdido los dos, y volviendo el uno, vió este á toda la gente en la orilla; que aunque le pedian que los llevase, no se atrevió á ello por falta de víveres y de buque, y con toda la gente de los demas navios perdidos sucederia lo mismo.

El Rey, á mas de los navíos y galeras que les dió para su viaje, les mando proveer de vituallas y bastimentos, y el dinero que pudo, un Príncipe que el reinar solo conoció las fatigas y peligros.

Al quedar suprimidos los cañones y los torpedos por los «rayos negros», nuestros navíos, cuando están sobre el agua, emplean las flechas, las piedras y otras armas arrojadizas de los tiempos remotos.

El fraile quiso huir de la isla de perdición, y el rey se lo impidió poniendo embargo a todas las barcas y navíos. Entonces el santo bajó al solitario puerto de Sóller, tendió su manto sobre las olas, montó en él y emprendió el rumbo hacia las costas de Cataluña.

Creados por una época positivista, y adecuados a la ciencia náutico-militar de estos tiempos, que mediante el vapor ha anulado las maniobras, fiando el éxito del combate al poder y empuje de los navíos, los barcos de hoy son simples máquinas de guerra, mientras los de aquel tiempo eran el guerrero mismo, armado de todas armas de ataque y defensa, pero confiando principalmente en su destreza y valor.