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El gobierno no me puede quitar ser escritor público, ni puede impedir que haya muchos hombres que sepan leer en el continente y en las Américas. No te apures. Vístete y vamos. En último término, nadie puede evitar que yo acabe como Licurgo. ¿Qué sucedió á Licurgo? pregunta mi mujer. Se murió de hambre.

El Rey partió con sus tropas; pero antes se despidió de la señora Reina con mucho afecto. Esta, dándole un abrazo, le dijo al oído: No se lo digas a nadie para que no se rían si mis esperanzas no se logran, pero me parece que estoy en cinta.

Antojábasele una crueldad de fiera, un egoísmo de piedra, la indiferencia universal; ¿por qué hablaban todos los vetustenses de mil y mil asuntos que a él no le importaban, y por qué nadie adivinaba su dolor, ni le compadecía, ni le ayudaba a maldecir a los traidores y a castigarlos?

Nadie la veía ni en paseos, ni en teatros, ni en toros, ni en verbenas y veladas. Iba solo a las iglesias, humildemente vestida con basquiña y negro manto de beata. Sólo un hombre además de su confesor, hablaba ya en ocasiones con ella. Este hombre era D. Jacinto.

Siempre has tenido la manía de ponerte muy guapote... y sin consecuencias ulteriores, como no sea la de enseñarte de balde por esas calles de Dios... Hasta ahora no te he visto conquistar a nadie más que a la planchadora del colegio... Esto último se lo dijo en un tono más irritado, que podía achacarse muy bien al recuerdo de su derrota. ¿Qué te propones saliendo a la calle tan perfilado?

Lo que surgirá de esa gota ¿es acaso el hilo vegetal, el tenue y sedoso plumión que nadie creería un ser, y no obstante es el primer cabello de una joven diosa, cabello sensible, amoroso, llamado con tanta propiedad cabello de Venus? Lo que os estoy contando no pertenece al dominio de la fábula, no: es historia natural lisa y pura.

En realidad contestó la Marquesa es inexplicable esa desavenencia en un matrimonio del cual nadie sabe que el marido se vaya con otra ni que la mujer sea capaz de torcerse.

Si eres el Cristo, dínoslo abiertamente. 26 mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. 27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; 28 y yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. 30 Yo y el Padre una cosa somos. 31 Entonces volvieron a tomar piedras los judíos para apedrearle.

No estaba en su casa y me comprometí en vano. No pude hacer más que escribirle dos palabras, que le dejé bajo sobre en la antesala. Le suplicaba que llevase anoche a casa de la Marquesa esa prueba de mi locura, y que la depositase en un rincón de la biblioteca, donde la hubiera yo sacado sin que nadie lo notase. La fatalidad ha querido que su criado no le diese mi esquela.

Guárdate, guárdate en casa esta noche, que yo no necesito que nadie me escolta. El industrioso Quino sintió que el calor subía á sus mejillas y replicó encolerizado: Nada te he dicho, Nolo, que merezca que me insultes de ese modo, y no es de mozos criados en ley de Dios hacer ofensa á los amigos que se han portado bien.