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Por lo demás, que ciertos resortes dramáticos españoles; que ciertos personajes y situaciones; que los celos y la venganza castellana, y que nombres modernos alternen con los griegos, no debe extrañar á nadie, porque en todas estas composiciones, la mitología toma, en general, la forma de tradición fantástica del ciclo de Carlomagno.

Acostose sin cenar casi, ni hablar con nadie; permaneció largo rato sentada en la cama, tardó mucho en desnudarse, lloró sin saber por qué, se le olvidó rezar y, por fin, al deslizarse entre las sábanas sintiendo las frías caricias del lienzo, tornó a sus pasadas ilusiones, antojándosele que el ruido de los coches que pasaban por la calle era estrepitoso rumor de aplausos y que las voces de los vendedores de periódicos eran bravos frenéticos.

Porque, señores, nadie como yo respeta al clero parroquial, ese clero honrado, pobre, humilde... pero el alto clero... muera... y sobre todo... muera el señor Provisor... el.... ¡Muera! ¡muera! contestaron algunos: Joaquín, el coronel, que estaba sereno, pero quería que muriese el Magistral, y otros dos o tres comensales borrachos. Cuando se levantaron de la mesa amanecía.

Entonces, al inclinarme hacia mi hermana, vi en el suelo, junto a ella, una hoja de papel de carta rayado de azul; me apoderé de él tan vivamente como pude, sin que nadie notara ese movimiento. Después me apresuré a hacer lo más urgente, que era hacer volver en a Marta y acompañé a su cuarto a la desdichada, que dirigía en su derredor miradas atontadas. Una vez allí la acosté.

Al comienzo de este diálogo, el maestro se dispone a colocar una hoja de espada en una empuñadura; deplora, en tanto que canturrea, la tristeza de estos tiempos, en que nadie se bate y en que no se concede atención al noble arte de las armas; solamente tiene como discípulos a los antiguos concurrentes a la sala, que combaten la gota o la arterioesclerosis. ¡La guerra ha matado al duelo, lo mismo que mató a la conversación!

Estaban en sombra, nadie podía verles, y por entre la separación del cortinaje penetraba una faja de luz que Cristeta procuraba esquivar echando el cuerpo hacia atrás. Al moverse creyó dar con la espalda en el muro; pero Juan había sabiamente deslizado una de sus manos entre la pared y el cuerpo de ella, de modo que al querer recostarse quedó aprisionada por el talle.

Y comenzamos a rogarla con tan vivas instancias, que al cabo de algún tiempo la infeliz mujer no pudo resistir y vino en permitir aquel escándalo, como ella decía, con tal que se explorasen bien los alrededores de la sala, a fin de cerciorarse de que nadie estaba escuchando.

Por otra parte, ya no podía confundir su afición con su disposición: ya sabía que sus facultades no eran bastantes a eternizar su fama, ni muchísimo menos. Acaso estuviera predestinada a tener que contentarse con ser actriz mediana, de aquellas a quienes nadie echa de menos cuando mueren o se retiran.

Los propietarios de la «villa» no podían dormir con un muerto al otro lado de la pared. Además era un muerto sin nombre, lo que le hacía más inquietante y misterioso. Nadie llegaba á acordarse del apellido de este señor que había mandado miles de hombres y aún imponía su voluntad á los vivos.

Yo quiero ir a verle, como que le voy a tomar la confesión respondió el Corregidor , y de nuevo os encargo, señora, que nadie sepa esta historia hasta que yo lo quiera. Llegóse la noche, y siendo casi las diez, sacaron a Andrés de la cárcel, sin las esposas y el piedeamigo; pero no sin una gran cadena que desde los pies todo el cuerpo le ceñía.