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¿Pero qué ideas tienes de las maneras de tomar venganza? No me preguntes nada... no ... Vengarse es hacer lo que no se debe... lo más feo, lo más... ¿Y de quién te vengas así, criatura?

No, no... yo no la he visto... Yo estuve todo el día sallando el maíz ahí arriba... ¡No la he visto, no!... Si Nolo estuviera dotado de más perspicacia ó malicia no le hubiera pasado inadvertido el aturdimiento de la Pura. Pero nada echó de ver y cuando aquélla les invitó á descansar un momento aceptó y entraron. La tía Felicia tenía en verdad necesidad de reposo.

Mientras es actor en los sucesos del siglo en que nace, todo va bien; pero desde el momento en que, gastado el eje de su vida, se constituye en mero espectador, nada es de su agrado.

No señor, que esto y nada ménos que esto exige la igualdad de derechos; si no es asi deberá V. decirnos de qué derechos habla, de cuáles debe entenderse la igualdad y de cuáles no. Bien claro es que ahora tratamos de la igualdad social.

Se llenaba la salita, que no estaba sucia propiamente, con cinco sillas y un sofá de paja; una consola con su espejillo encima, dos floreros y el retrato de Nacho, de la misma edición que el que tenía Nieves; un veladorcito en el centro con tapete de crochet; seis litografías con marco enchapado de caoba, en las paredes, y tres felpudos de colores en el suelo. Nada de cielorraso.

Dijo esto Elena con fría aspereza y volviendo la cara, para ocultarme, sin duda, sentimientos que la ruborizaban. La emoción contenida de Lacante me había dado pena, pero la de Elena me dejó indiferente. Cualquiera que fuese la causa, sabía yo que su corazón no entraba en ella para nada.

Miró á Elías con insistencia y se acercó á él; pero éste no daba muestras de fijar en el otro la atención, ni tenía gratitud, ni afecto, ni cortesía, ni era, al parecer, cortado por el común patrón de los demás hombres. No tema usted nada le dijo en voz baja, apartándose hacia la ventana. No ha recibido golpe ninguno. Está aterrado por lo sorpresa y la ira; pero se calmará.

Doña Paula entró en el despacho. Hablaron de los negocios del comercio, de los asuntos de Palacio, de muchas cosas más; pero nada se dijo de lo que preocupaba al hijo y a la madre. «No se podía hablar de aquello» pensaba él. «No se podía hablar de aquello, ni a solas» pensaba ella. La madre lo sabía todo. Había comprado el secreto a Petra.

Si en la misma Italia, maestra de ellas, cuando en Italia dominamos, levantamos templos, castillos y palacios, erigimos monumentos y fundamos obras piadosas, hospicios y colegios, como de ello dan testimonio Napóles, Palermo, Mesina, Bolonia y otras ciudades, sin excluir á la misma Roma, ¿qué no haríamos y qué no hicimos en América, donde en resumidas cuentas no había nada, ó si había algo, respondía á un estado incompletísimo é inicial de cultura, como podría ser el del centro del Asia, tres ó cuatro siglos antes de que saliese Abraham de su patria, Ur de los caldeos?

No era tortas y pan pintado la limpieza material del archivo; sin embargo, la verdadera obra de romanos fue la clasificación. ¡Aquí te quiero! parecían decir los papelotes así que Julián intentaba distinguirlos. Un embrollo, una madeja sin cabo, un laberinto sin hilo conductor. No existía faro que pudiese guiar por el piélago insondable: ni libros becerros, ni estados, ni nada.