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Pero todo ese atarugamiento y prisa de libros, reducido está, como sabemos, a un centón de novelitas fúnebres y melancólicas, y de ninguna manera arguye la existencia de una literatura nacional que no puede suponerse siquiera donde la mayor parte de lo que se publica, si no el todo, es traducido, y no escribe el que sólo traduce bien, como no dibuja quien estarce y pasa el dibujo ajeno a otro papel al trasluz de un cristal.

Su corazón se alegraba de que fuesen reales; pero al mismo tiempo, por extraña aunque frecuente contradicción de nuestro espíritu, había en el suyo vergüenza y abatimiento de no haber contribuido a la elevación nacional de que se admiraba y se enorgullecía.

Nació en Montevideo, en 1851, durante la emigración. Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y se graduó en Derecho en la Universidad el año 1872. Perteneció al grupo de espíritus selectos que formó la "generación del ochenta", en momentos en que la cultura argentina se renovaba substancialmente en el orden científico y literario.

Todos los esfuerzos, que después se hicieron, para transformar en epopeya artística á la historia nacional, se estrellaron por completo en la imposibilidad de la empresa, no obstante la actividad de muchos y aventajados ingenios que consagraron á ella sus fuerzas. Casi generalmente ahogó la influencia predominante de la historia las chispas épicas, que lucieron acá y allá.

¡Oh! déjeme, doctor, que lo felicite por su folletín de El Nacional; ¡qué linda, qué linda página! ¿La ha leído usted? ¡Linda era en efecto!... ¡qué lástima que mis ex-ministros no sean capaces de juzgarla; son todos unos civilistas... aaah! dijo el doctor, mirando al señor de las Vueltas con marcada intención.

Los eruditos, que á principios del siglo XVII habían censurado con tanta acritud la forma nacional del drama, y recomendado la observancia de las leyes de los antiguos, enmudecieron casi por completo hacia fines de la época en que vivió Lope de Vega.

Cuando los romanos llegaron al Egipto, no pudo resistirles, porque los sacerdotes absorbían en este país la tercera parte de la riqueza nacional, para sus inútiles mojigangas.

Los duques de Osuna y Alba tienen bibliotecas particulares repletas de tesoros y primores, y casi nadie las visita ni consulta. Entre las cinco ó seis públicas que pude ver debo citar la nacional y la del Congreso. La primera, casi escondida en un rincon de Madrid, en un pobre edificio, está muy mal alojada y en completo desórden.

En la paz era siempre huésped bien venido; oíale atento el pueblo en plazas y calles cuando le hablaba del emperador Carlomagno ó de los infantes de Lara; abríansele las puertas de los castillos; era necesario complemento de toda fiesta, y llenaba de admiración ó conmovía las almas de sus auditores, ya refiriese sucesos importantes de la historia nacional, ya las aventuras de desdichados amantes, ya cuentos de caballerías y tradiciones fantásticas de maravillas y encantos.

¿Tendrían que bajar de su tribuna a los bancos para que por primera vez se dejase oír allí la opinión nacional?