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Allí no hubo mas que desensia. ¡Hombre, no fartaba más sino que a un siudadano como yo, que yevo a las urnias más de cien votos de mi barrio, le acumulasen que es amigote der Plumitas! La señora Angustias, vencida por las protestas del Nacional y poco segura de esta última noticia, acabó por no creerla. Bueno; nada del Plumitas. ¡Pero lo otro! ¡La ida al cortijo con aquella... hembra!

El Nacional, conmovido aún por la cogida del maestro y su tremendo batacazo, quería saber si sentía dolores y si era asunto de llamar al doctor Ruiz. Na: una caricia na más... A no hay toro que me mate.

Felizmente, tal resultado era menos de esperar en aquella época que en cualquiera otra. La victoria obtenida por Lope de Vega en favor del teatro nacional fué tan decisiva, que nada pudieron contra ésta los ataques de una crítica enemiga, aun empleando la mayor prudencia y todas las armas de la sátira.

Traía a la casa todos los domingos a los dos ahijados, con sus mejores ropitas, para que besasen la mano a los padrinos, y el talabartero palidecía de indignación cada vez que los hijos del Nacional recibían un regalo. Venían a robar a los suyos.

Una capa se tendió entre la fiera y la víctima, un trapo casi pegado al testuz por unos brazos vigorosos que pretendían cegar a la bestia. Era el Nacional, que, a impulsos de la desesperación, se arrojaba sobre el toro, queriendo ser cogido por éste para librar al maestro. La bestia, aturdida por el nuevo obstáculo, se lanzó contra él, volviendo el rabo al caído.

Como el poeta nacional pensaba siempre en sus asuntos, hasta cuando fingía favorecer á un amigo, tosió repetidas veces para imponer silencio, y dijo así: Ya que deseáis que recite, permitid que empiece por las obras del Padre de los Maestros. El gran Momaren no es conocido como merece serlo.

Pero conviene no perder de vista el espíritu de esta época singular, tan dramática en sus diversas escenas, tan fatal por la uniformidad con que se cumplen los designios de la Providencia en todas las naciones europeas á un mismo tiempo, para saber apreciar los esfuerzos aislados de un arte que, estraño ya al poderoso resorte de la civilizacion religiosa, tiende á formularse de una manera local como los idiomas, como las costumbres, como las legislaciones, á medida que el sentimiento nacional se exalta y el individualismo político triunfa á costa de mil sangrientas batallas.

Muchos desgraciados con talento, que titubeaban en las avenidas de la vida, no sabiendo qué camino tomar, entraban en el magisterio, dignificado y elevado a primera función nacional. El más humilde maestro de España tendría mayor sueldo que un canónigo...

Los de la cuadrilla poníanse serios, con una gravedad temerosa, pensando en los escapularios y medallas que manos femeniles habían cosido a sus trajes de lidia antes de salir de Sevilla. El espada, herido en sus adormiladas supersticiones, irritábase contra el Nacional, como si viese en esta impiedad un peligro para su vida. ¡Caya y no digas más barbariaes! Ustés perdonen.

Era Gallardo, que salía con precipitación de su cuarto, sin más que unos pantalones y un chaquetón, puestos a toda prisa sobre sus ropas interiores. Pasó corriendo ante el banderillero, con la ciega vehemencia de su carácter impulsivo, y se echó escalera abajo, más bien que descendió, seguido del Nacional. En la entrada del cortijo desmontábase el jinete.