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No habrá existido otro más apto para sentir tales fiebres patrióticas que el de este gran vate hispano, en quien el orgullo nacional se presenta en formas casi delirantes. A bordo del galeón San Juan dice Lope que compuso su poema La Hermosura de Angélica. En diciembre del propio año regresan a España los restos de la Armada.

Aquí: 1.º sinfonía; 2.º pieza del célebre Scribe; 3.º sinfonía; 4.º pieza nueva del fecundo Scribe; 5.º sinfonía; 6.º baile nacional; 7.º la comedia nueva en dos actos, traducida también del ingenioso Scribe; 8.º sinfonía; 9.º... Basta, basta; ¡santo Dios! Pero, chico, ¿qué lees ahí? si ese es el diario de ayer. Hombre, parece el de todos los días. , aquí es Guillermo hoy.

Es indudable, por lo demás, que, sean cuales fueren las diversas causas, que contribuyeron á que por muchos siglos no pudiera florecer en Alemania un teatro verdaderamente nacional, debe contarse en primera línea esta influencia de la antigüedad, semejante á la que se hizo sentir en Italia y Francia.

Por espacio de un siglo, esto es, desde la aparición de Lope de Vega hasta los primeros coetáneos é inmediatos sucesores de Calderón, poseyeron los españoles un drama popular propio, que les presentaba, bajo las imágenes brillantes y mágicas de la poesía, todos los momentos más perspicuos de su existencia nacional, de la vida de su espíritu y del mundo real.

Y en esta tolerancia había una mezcla de simpatía por la fiesta nacional y de respeto ante la obscuridad de lo futuro. ¡Quién podía saber si alguno de estos mozos desarrapados, con costras de miseria, sería en el porvenir una «estrella del arte», un gran hombre que brindase toros a los reyes, viviera como un príncipe, y cuyas hazañas y dichos reprodujeran los periódicos!...

Bebiendo sólo en la fuente de la tradición y de la historia nacional, convirtió en presente el tiempo pasado, tan activo y tan rico en formas, ofreciéndonos los héroes de otras épocas con la más viva realidad, y las tradiciones semi-míticas de los tiempos casi primitivos como hechos é historia de siglos posteriores, ya mejor conocidos; infundió nueva y animada vida á las bellas tradiciones de los combates y aventuras caballerescas de amor y traición, de galantería y rendimiento y de enemistades y de odios; por medio de imágenes, de caracteres férreos é incontrastables, de crímenes y de virtudes extraordinarios y hasta monstruosos, que se despeñaban desde la cima del poder y de la grandeza, conmovía y levantaba el ánimo de los espectadores, poniendo ante sus ojos esa continua alternativa de felicidad y de desdicha, patrimonio temeroso é inevitable del destino de los hombres sobre la tierra.

La señora de Vitré, entre sus dos criadas, vestida, como ellas, con el traje nacional, parecido al hábito de los carmelitas, tenía un aspecto tan imponente como Penélope bordando las túnicas del joven Telémaco. Gastón de Vitré, bello como una joven de veinte años, llevaba la vida ruda y activa de un noble campesino.

Indudablemente, pero es una simple aspiración nacional, egoísta en su patriotismo, exclusiva en su ambición, pero que no está revestida, como antes dije, de los caracteres de un principio de justicia, de derecho natural, que sea capaz de imponerse a la América entera.

Ella atravesó el gentío sonriendo protectoramente como un dios, pasó igualmente entre los oficiales hembras, que la saludaban como á una gloria nacional, y consideró que debía colocarse por su rango á la cabeza de todos los vehículos privilegiados, ó sea junto á las piernas del gigante.

Fernando VI, que ascendió al trono de España en el año de 1746, se interesó poco ó nada por el drama nacional, pero favoreció á la ópera italiana, que, como antes dijimos, se había introducido en España desde principios del siglo.