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Con ayuda de la cuerda me deslicé suavemente en el agua, nada fría, porque el día había sido muy caluroso. Crucé a nado el foso y seguí nadando junto a los altos muros de la fortaleza, sin ver a más de tres varas de distancia y con muy buenas esperanzas de no ser descubierto.

Vagó un momento por entre sedas vistosas, flores contrahechas y perfumes lascivos, vio pendientes de los muros del templo los cepillos que pedían dinero, leyó en los corazones el ánsia de riquezas, y ante la impureza de las concupiscencias humanas, su alma se anegó en la tristeza infinita que experimenta el sacrificio estéril y olvidado... mientras en todo el ámbito del templo repercutía el sonido de la moneda de oro golpeada contra la bandeja de plata.

No había estera ni alfombra, a no contar la que rendía homenaje al sofá; era de moqueta y representaba un canastillo de rosas encarnadas, verdes y azules. Era el gusto de S. I. De las paredes del Norte y Sur pendían sendos cuadros de Cenceño, pero retocados con colores chillones que daban gloria; los otros muros los adornaban grandes grabados ingleses con marco de ébano.

Feo y pedestre como un pliego de aleluyas o como los romances de ciego, el edificio bifronte, con su torre barbiana, el cupulín de la capilla de la Novena, los irregulares techos y cortados muros, con su afeite barato de ocre, sus patios floridos, sus hierros mohosos en la calle y en el alto campanario, ofrece un conjunto gracioso, picante, majo, por decirlo de una vez.

Los racimos de bombillas eléctricas, al iluminarlos con un resplandor absurdo, hacían pensar en el sol ardiente y el mar azul que existían al otro lado de los muros de oro y jaspe. Sobre las mesas, el alumbrado era de petróleo: dos enormes pantallas abrigando cada una cuatro quinqués que pendían de unas cadenas de bronce de varios metros fijas en el techo.

Y esta grandeza de hotel monstruo, de caravanserrallo, de pueblo flotante, infundía a todos los pasajeros un sentimiento de seguridad, como si estuviesen en tierra firme. ¿Quién podría destruir los gruesos muros de acero, las ventanas sólidas, los muebles pesados, las maquinarias de arrolladores latidos?

Fatiga el ánimo la contemplación incesante de unos mismos colores, de unas mismas caras, de unos mismos cuerpos, de unos mismos uniformes, y, sobre todo, de aquel blasón de la casa, de aquella cifra sempiterna reproducida en los muros, en los libros, en las ropas y en los platos.

Recordaba la poesía árabe cantando á la mujer junto á la fuente con el cántaro á sus pies, uniendo en un solo cuadro las dos pasiones más vehementes del oriental: la belleza y el agua. La fuente de la Reina era una balsa cuadrada, con muros de piedra roja, y teniendo su agua mucho más baja que el nivel del suelo.

Frente por frente del sitio en que estamos colocados, el gigantesco Arco del Triunfo, monumento admirable de arte en cuyos muros se hallan inscritos todos los nombres de las batallas de Napoleon; y haciendo una vuelta completa desde nuestro punto de vista, dando exacto frente al Arco, se alcanza el inmenso palacio de las Tullerías rodeado de jardines y de estatuas.

Quedó así clavado, siempre en su sillón, agitándolo extraños e indefinibles presentimientos... De las tres bujías que alumbraban la estancia, apagose una, ya consumida... Al disminuir la luz, Pablo dirigió una mirada a los retratos que colgaban en los muros, y vio que todos, hombres y mujeres, lo miraban y sonreían cariñosamente, como saludándolo.