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A una de ellas, famosa hechicera, diola el Diablo por añadidura un rostro hermosísimo. Uno de los guardas habíale dicho, punto por punto, el delito de ambas mujeres. Ramiro escuchó entonces la adulterada historia de la conspiración por él descubierta.

Arriméme a la pared por darles lugar, y desque el cuerpo pasó, venían luego a par del lecho una que debía ser mujer del difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas mujeres; la cual iba llorando a grandes voces y diciendo: "Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y obscura, a la casa donde nunca comen ni beben!"

26 Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce; más maravilloso me fue tu amor, que el amor de las mujeres. 27 ¡Cómo han caído los valientes, y perecieron las armas de guerra!

El poético aparato del culto católico imponíase a la muchedumbre con toda su fuerza sugestiva. Las mujeres llevábanse las manos a los ojos, humedecidos sin saber por qué, y las viejas golpeábanse con furia el pecho, entre suspiros de agonizante, lanzando un «¡Señor, Dios míoque hacía volver con inquietud la cabeza a los más próximos.

Lo llamativo, lo picante de sus encantos era independiente de su voluntad: aquel cuerpo de líneas tentadoras tenía actitudes pudorosas para no revelar la forma por los movimientos; aquella boca húmeda y roja, como flor de granado recién mojada por la lluvia, hablaba castamente; y aquellos ojos de miradas abrasadoras y mimosas, grandes pecadores sin saberlo, contrastaban con la serenidad y limpieza de su pensamiento: Soledad era, en fin, una de esas mujeres a quienes hay que buscar, porque no saben atraer, y que resisten mal porque desconfían poco.

Inundose el centro de la calle de mozos despechugados que blandían sus palos dando vivas a la Virgen. Las mujeres, despeinadas y míseramente vestidas, agitaban sus brazos al verse en el centro de Sevilla, en la calle de las Sierpes, por donde sólo pasaban de tarde en tarde, desfilando bajo las miradas curiosas de lo mejor de la ciudad.

Las miró, se encaró con ellas, casi las detuvo; pero hallaba tan feo, tan plebeyo, tan de mala educación, abusar así de que iban solas dos mujeres, y perseguirlas y querer hablar con ellas, que se contuvo y no les habló. En medio de estas vacilaciones, las dos mujeres vieron pasar un coche vacío.

Don Josef pasaba la vida clamando contra todo lo que lo rodeaba: contra el país, contra sus hombres, contra las mujeres, contra los muchachos y contra don Pío, a quien tenía en poca cuenta en las situaciones normales.

Eso lo agradece siempre el cuerpo continuó. Pero relaciones por lo fino, con suspiros, penas y celillos, ¡eso nunca! Necesito el tiempo para otras cosas. Y Fermín, con tono zumbón, intentaba consolar a su amigo. Aquella mala racha pasaría. ¡Caprichos de mujeres, que se ponen de morros y fingen enfado para que las quieran más!

7.º Que en cada ciudad, villa ó lugar en que hubiere judíos, les sean destinados para su morada barrios separados de los cristianos. 8.º Que todos los judíos i judías lleven en sus vestidos cierta divisa de color encarnado i amarillo del tamaño i figura que en la bula van señalados: los hombres en el vestido esterior sobre el pecho; las mujeres en las frentes .