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Seguíanle los once de tal suerte, Que juntos se metieron, y mezclaron En medio el enemigo, dando muerte A todos cuantos indios encontraron. Rompieron una esquadra grande y fuerte, En que de setecientos se pasaron; Salieron de otra banda cien flecheros Con ánimo gallardo muy lejeros.

Otros buscaron en el cuerpo inerte la causa eterna del dolor humano, y con el bisturí sobre la herida arrebatar supieron de la muerte, vibrándolas en triunfo entre la mano, las palmas victoriosas de la Vida...!

Ella permanecía sentada en silencio, dejando escapar profundos suspiros de dolor mientras yo hablaba, refiriéndole esa extraña aventura nocturna de las calles de Kensington, y cuán cerca había estado de la muerte.

Permaneció algunos minutos inmóvil contemplándola. Sobre la losa estaba escrito con caracteres negros este nombre: ISABEL MARTÍNEZ DE ALCAZAR. Debajo de él estas dos fechas separadas por un guión: 1842-1883, que indicaban sin duda las del nacimiento y la muerte de la persona allí enterrada. Había sobre la losa algunas flores marchitas.

Bajo su gobierno fué cuando el mineral del Cerro de Pasco principió a adquirir la importancia de que hoy goza, y entre otros sucesos curiosos de su época merecen consignarse la aurora boreal que se vió una noche en el Cuzco, y la muerte que dieron los fanáticos habitantes de Cuenca al cirujano de la expedición científica que a las órdenes del sabio La Condamine visitó la América.

En medio del silencio, la voz del sacerdote resonó triste, pausada, pero consoladora: Dios le perdonará á usted, señor... Simoun, dijo; sabe que somos falibles, ha visto lo que usted ha sufrido, ¡y al permitir que usted halle el castigo de sus culpas recibiendo la muerte de mano de los mismos que ha instigado, podemos ver Su infinita misericordia!

Le habrán hecho falta miles de duros, pero jamás al llevarse una mano al bolsillo ha dejado de sentir el contacto de las rodajas de plata... Pobre lo he sido yo, lo soy aún, lo he sido toda mi vida. Y como he visto de cerca la verdadera pobreza, fea y calva como la muerte, la detesto, y deseo que no me siga tenazmente, como hasta ahora, fuera del alcance de mi odio.

La carta de sor Ana, parecía decir la última palabra sobre la suerte de la Condesa. Lo que engañó a la justicia fue que cuando yo la maté se hallaba verdaderamente decidida a darse la muerte. Voy a decir a usted cómo la maté... Vérod temblaba como sacudido por la fiebre. Voy a referir a usted mi infamia: éste será el principio del castigo. Nunca conocí lo que valía.

Con lamentos y hasta con lágrimas se deploró la muerte de Fréitas y de las otras víctimas. Para escarmiento ejemplar y para dar testimonio del brillante éxito de aquella lucha, Morsamor mandó colgar el cadáver del capitán argelino en el mástil de la galera, sobre el cual dispuso que se izase la bandera de Castilla.

Ella dice que se hizo la transicion de la sociedad vieja á la nueva, del modo que estaba pronosticado en el libro misterioso; que llegada la plenitud de los tiempos, apareció sobre la tierra un Hombre-Dios, quien fué á la vez el cumplimiento de la ley antigua, y el autor de la nueva; que todo lo antiguo era una sombra y figura, que este Hombre-Dios fué la realidad; que él fundó la sociedad que apellidamos Iglesia católica, le prometió su asistencia hasta la consumacion de los siglos, selló su doctrina con su sangre, resucitó al tercer dia de su crucifixion y muerte, subió á los cielos, envió al Espíritu santo, y que al fin del mundo ha de venir á juzgar á los vivos y á los muertos.