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¡Jesús; pareces una muerta!... No, no; éste tampoco... Aquí; a ver el color amarillo... No estás mal..., pero te hace rubia, y las morenas deben quedarse morenas, quiero decir, las pelinegras, porque ya sabemos que eres blanca. Vamos a ver el azul... ¡Oh, sorprendente!... ¡Maravilloso!... ¡Qué hermosa estás, criatura! Tenía razón el joven marqués.

¡Qué sensación tan extraña! dijo contemplándose en aquella actitud, el acero está tan frío, que parece recibirse el beso de una muerta... Pensar que sólo con mover el dedo ya está todo concluído... pero, no aquí; sería muy cruel para ellos, mis viejos queridos del alma, que ahora mismo, allá abajo, sufren la inmensa pena que les he causado, y se esfuerzan por salvarme.

Vistieron á la muerta, la adornaron y la tiñeron el cabello antes de desfigurarle la cabeza á balazos. Querían, seguramente, perderte, pero no querían menos salvarse. Cesa de dudar la evidencia. Todo es seguro ya. ¿No fueron á retirar las alhajas del Monte de Piedad el mismo día del crimen? no pudiste hacerlo puesto que no tenías la suma necesaria y habías enviado á Lea la papeleta.

De aquellos amores tan largos, tan vivos, no quedaría más que un hombre paseando su dicha por Europa, y en Lancia una pobre mujer vieja y triste sirviendo de befa a los corrillos de Altavilla. Sus carnes fláccidas temblaron. Los instintos vengativos de su raza gritaron furiosos, avasalladores. ¡No, no podía ser! Antes arrojarle su hija muerta a los pies, antes clavarle un puñal en el corazón.

Ahora, he cumplido con júbilo el compromiso que había contraído conmigo misma, y me siento feliz al saber que esta idea mía le haya sido a usted tan agradable...» ¡Y también ella estaba muerta! El día había muerto, la alegría había muerto.

Y Gabriel hablaba de la inglesa como de una hermana muerta. La hubieses amado, Sagrario, al conocerla. Era la mujer fuerte, la compañera valerosa, unida a por la comunidad de pensamientos más que por la atracción de la carne. La quise desde que la conocí. No si fue amor lo que sentíamos.

Al fin se distinguió como un punto negro allá entre las olas: se acercó al costado del buque, trepó un hombre con boina prontamente a la obra muerta, y en seguida al puente, y dijo con acento vizcaíno: Buenas tardes, D. Isidoro y la compañía. Llegaron a la boca, que era estrechísima.

Nuestros días sin sol, de retiro y mudez, en que el alma sufrió de congoja o esplín, han pasado a ser ya cosa muerta, y, al fin, nuevos besos de luz nos encienden la tez y florece otra vez el antiguo jardín.

Y así la llevó hasta la habitación que ocupaba y la obligó a sentarse en una butaca. Elena estaba más muerta que viva: hizo algunos esfuerzos para hablar, pero la voz no salía de su garganta. Clara, que estaba en pie frente a ella, le dijo observándolo: No hables todavía. Voy a mandar que te hagan una taza de tila. Elena se apoderó de una de sus manos y la besó. Clara la retiró velozmente.

El gitano daba suspiros, como un eco del dolor que rugía delante de él, y hablaba al mismo tiempo a Salvatierra de su amada muerta. Era lo mejorsito de la familia, señó... y por eso se ha ido. Los buenos se van pronto.