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La escena es, ya en Bengala, ya en las islas Canarias, ya en España. En El prodigio de Etiopía se apodera un moro, por astucia, de la hija del Rey de Egipto, haciéndose pasar por su amante; huye con ella, se convierte en salteador, comete los mayores crímenes y muere al fin ermitaño y mártir.

Imaginan que estas deidades tienen sus moradas separadas debajo de alguna laguna, montaña, &a., y cuando algun indio muere, su alma á vivir con aquella deidad, que preside sobre su particular familia, y que goza la dicha de estar enteramente borracho.

El hambre y las enfermedades reinan ya en la fortaleza; muere el gobernador, y Guzmán le sucede en el mando; jura entonces que, mientras él viva, ningún infiel traspasará las puertas de Tarifa.

Así se explica que en lo más reñido del combate se les oyera gritar: ¡Arriba el Escuadrón M! ¡Viva la Tercera Batería! Muchos oficiales se me han acercado para pedirme que recuerde por estas líneas á las Cámaras que el Ejército de Cuba es el único en el mundo que no tiene Montepío, y que cuando un oficial muere, deja en la miseria á su esposa é hijos.

, Manuela. Adivino lo que piensas. Tu hijo se muere, sin que tengas la certeza de que marcha a un mundo mejor con su inocencia limpia de toda sospecha, creyendo en su madre como yo creí siempre en la nuestra.

Se le refrescó de tal modo al buen caballero en aquel momento la memoria de su padre, que parecía que le estaba viendo, y oyéndole el metal de voz. A su madre no la había conocido, porque murió siendo él muy niño. Y una tarde, al revolver la calle Imperial, se perdieron, es decir, se perdió ella, y él por poco se muere del susto.

¡Se muere! ¡Se muere!... ¡Ha sido ella, , ella!... Pero yo la mato... ¿sabe usted? la mato... Después que me maten a ... que me echen al mar... Quiero vengar a mi señorito... ¡Yo mato la zorra, yo! El anciano, sin saber de dónde la sacaba, apretaba al mismo tiempo con tal fuerza las muñecas del presbítero que a éste le costó trabajo reprimir un grito de dolor. ¡Calma, Ramiro, calma!

Si se te muere debes alegrarte, porque si vive te dará muchos disgustos». A Fortunata le indignó esta idea; pero no se atrevió a contradecirla. Que dijera todo lo que quisiese. Su plan era no contestarle nada, a ver si se aburría y se marchaba pronto. «Tiene a quien salir añadió Maxi con lúgubre ironía . Su papá es de oro... No necesitas decirme que no te hace caso... Harto lo .

Ninguno al morir es obligado á tomar la extremaunción ni á pagar al sacristán los clamores del tañer, ni á los cofrades los derechos del llevar, ni á cura el enterramiento, ni á frailes la misa cantada, ni á pobres el llevar de la cera, ni á ganapanes el abrir de la huesa, ni aun á comadre el coser de la mortaja, porque el triste y mal aventurado que allí muere, apenas ha dado á Dios el ánima, cuando arrojan á los peces el cuerpo.

Tu hija ama á los diez y seis años, y te empeñas en que ha de casarse á los treinta cumplidos. ¿Quién llena ese vacío de catorce años? ¿Quién premia esa lucha? ¿Quién compensa ese sacrificio y esa agonía? ¿Y si tu hija enferma, quién la volverá su salud? ¿Y si se muere, quién la arrancará de su sepulcro?