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El obispo es un señor simpático; es nervioso, impresionable, vivo; no sabe hablar; se azora cuando ha de decir en público cuatro palabras; pero tiene una excelente biblioteca de libros viejos y novísimos; lee mucho; entiende lo que lee, y escribe atinadamente y con cierta mesura de las cosas que opugna.

Guillermina, que no gustaba de perder el tiempo, abordó al instante la cuestión de esta manera: «Yo tengo una amiga a quien quiero mucho... la quiero tanto que daría mi vida por ella; y esta amiga tiene un marido que... En una palabra, mi amiga ha padecido horriblemente con ciertas... tonterías de su esposo... el cual es una excelente persona también... entendámonos, y yo le quiero mucho... Pero en fin, los hombres...».

Esa noche, el alma del mancebo irguiose en el delirio. Costole mucho dormirse, y su sueño fue un tumultuoso desfilar de triunfos, de tesoros, de mujeres enjoyadas y lúbricas.

Las tabletas, cuya mágica composición nunca hemos podido averiguar, tenían un atractivo irresistible, basado, ¡caso extraño! en su extraordinaria dureza. A la edad en que se comían las tabletas de la Morana lo importante no era que los dulces fuesen delicados, sabrosos, exquisitos, sino que durasen mucho.

La Delfina se descorazonó mucho. Esperaba una explosión de júbilo en su mamá política. Pero no fue así. Barbarita, cejijunta y preocupada, le dijo con frialdad: «No qué pensar de ti; pero en fin, tráetelo y escóndelo hasta ver... la cosa es muy grave.

No hallaría jamás en él al apóstol de gran elocuencia y mucho saber; pero al hombre de buen sentido y grandes virtudes, consistiendo la mayor de ellas en ignorar que las poseía.

Este noble empeño aparece claramente en sus obras, favoreciéndole sus estimables facultades poéticas. Zamora escribía con más formalidad y con más conciencia que Cañizares, asemejándose mucho á éste por la índole de su talento, principalmente por su animada pintura de costumbres y caracteres, y por su estilo natural y fácil.

-Debe de andar por Zaragoza, vendiendo un papel nuevo, el del último crimen, que interesa mucho al cuarto estado. Isidro, al visitar la casa del Mosco, ya no se detenía en la vivienda de su abuela. Esta había alquilado la casucha, yéndose a vivir con el señor Polo, que tenía su cabaña en lo más alto de un cerrillo, desde el cual se veía Madrid.

dijo Paula con voz muy triste: no quiero más que reposar en paz. ¡Qué bella es la muerte! dijo Lázaro patéticamente: sólo ella nos puede consolar. Por mi parte, señora, le digo á usted con franqueza que quisiera morirme en estos momentos. ¡Morir!-exclamó la devota con repentino arrebato de interés, y acercándose más, mucho más al joven. ¡Morir, no! Usted debe vivir.

Además, anchas hebillas de plata brillaban en sus zapatos, y un sombrero charolado, impertinentemente ladeado, acababan de darle un aire coquetón y calavera que contrastaba singularmente con su edad avanzada. Por lo demás, se veía que iba vestido de etiqueta y que le incomodaban sus adornos. Su amigo, de un traje menos afectado, parecía mucho más joven.