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El empleado sonrió ante esta protesta de la dignidad profesional, y siguió presentando a los otros. Un muchacho cabezudo, con ojos azorados y chaquetón de paño pardo, era el Paleto. Le habían traído por robar un corsé. Miraba a Maltrana con ojos de víctima moribunda, creyéndolo un señor poderoso.

Cuando el payés se levantó para marcharse, Febrer, que estaba junto a la puerta, distinguió cerca de la alquería al Capellanet, y esto trajo a su memoria el deseo del muchacho. Si a Pep no le molestaba su petición, podía dejar al atlot para que le acompañase en la torre. Pero el padre acogió su ruego ásperamente. No, don Jaime. Si necesitaba compañía, allí estaba él, que era un hombre.

Era Juanito quien la hablaba, su hijo mayor, un muchacho nacido en la misma tienda, que seguía agarrado a ella «sin servir para nada», como decía su madre, y sin querer ser otra cosa que comerciante. Estaba próximo a los treinta años.

-Yo lo haré así -respondió el muchacho; y prosiguió, diciendo-: Esta figura que aquí parece a caballo, cubierta con una capa gascona, es la mesma de don Gaiferos, a quien su esposa, ya vengada del atrevimiento del enamorado moro, con mejor y más sosegado semblante, se ha puesto a los miradores de la torre, y habla con su esposo, creyendo que es algún pasajero, con quien pasó todas aquellas razones y coloquios de aquel romance que dicen: Caballero, si a Francia ides, por Gaiferos preguntad;

No, Antonio; otro día vendré con menos prisa: he entrado para esperar a Nelet y continuar las compras. Pues entonces bajará ella.... ¡Muchacho, avisa a la señora que está aquí doña Manuela!

Carlota sorprendió en estas conversaciones más de una mirada burlona entre su mamá y hermana; pero había devorado la vergüenza sin decírselo a Mario. Era tan inocente, tan bondadoso, aquel muchacho, que daba pena hacerle sentir las espinas de la vida. Como esposa fiel y generosa las guardaba todas para . Pero el poco dinero con que Mario se había quedado para sus gastos feneció muy pronto.

Conoció al conde cuando éste acababa de perder a sus padres; se dejó abrazar varias veces en la penumbra de un pasillo, negándole siempre otros favores; y un día, entre los enojos de una sesión de celos y las alegrías de una reconciliación, hizo que su madre dijese al muchacho: «Pronto nos darán Vds. un buen díaPoco después de la boda el conde tiró por un lado, la mujer por otro, y hoy viven en la mejor armonía, ella disponiendo sus martes, y él amueblando casa distinta cada año a una traviata de moda.

Pero estoy seguro de que Clementina tomaría sus precauciones, que se impondría á la joven pareja ... ¿qué digo? que la secuestraría y exigiría al marido que jurase vivir con ella ... Este es el secreto de su buena acogida.... Ha visto en ti el yerno ideal ... Un muchacho guapo, bien educado, rico y ya célebre y como remate mi hijo adoptivo ... Su sueño es apoderarse de ti para que yo quede solo, á mi edad, y me muera de pena en mi rincón, como un pobre perro abandonado.

El capataz habló con mi padre; y éste, de repente, me hizo señas de que me acercara, y dijo: ¡Este es el muchacho!... Como obediente y humilde, no tiene yunta ... ¡el otro que podía igualarlo se nos murió la vez pasada!... ¡Como conocedor del monte y del arroyo, lo verá en el trabajo!

Tres ó cuatro veces descargaba cuchilladas con una violencia increíble. Las mujeres se tapaban los ojos y daban espantosos chillidos, creyendo ya segada la garganta del muchacho que prefiguraba á Cristo; pero el tío Gorico paraba el golpe antes de herir, como no atreviéndose á consumar el sacrificio.