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En los cafés de la calle de Toledo y de la Galería de Humberto I tenía que defenderse de unos mozos inquietantes, con chaleco de gran escote, corbata de mariposa y un pequeño fieltro ladeado sobre las guedejas, que le proponían en voz baja espectáculos inauditos organizados para recreo de los extranjeros.

A cada momento llegaban mozos cargados de muebles, de alfombras, de cuadros, y un tapicero se ocupaba en adornar á toda prisa un inmenso salón en aquella misma casa. Era ya cerca del obscurecer.

Libraba del servicio militar a mozos sanos y fuertes; cubría las trampas de los ayuntamientos que le eran adictos, aunque merecieran ir a presidio; lograba que la guardia civil no persiguiera con mucho encono a los roders que, por un escopetazo certero en tiempo de elecciones, iban fugitivos por los montes; y en todo el contorno nadie se movía sin la voluntad de don Ramón, al que los suyos llamaban con respeto el quefe.

A personas muy muchas oprimia, A viejos Españoles muy honrados, Que á los mozos traviesos consentia En sus vicios andar muy desmandados. Con esto y otras cosas que hacia, Estaban los juicios ofuscados De todos, el remedio no esperando, Si no morir con pena suspirando.

El hambre les había hecho salir, luego de librarse de una muerte por asfixia. Los alemanes, al ver á su hijo, lo habían golpeado y querían fusilarlo, como fusilaban á todos los mozos. Creían que el muchacho tenía veinte años: lo consideraban en edad de ser soldado, y para que no se incorporase al ejército francés, lo iban á matar.

Juanita zapateaba, donosa o duramente, a cuantos mozos la pretendían, y lo que es Antoñuelo iba ya con menos frecuencia a casa de Juanita. Según en el lugar se sonaba, andaba él muy extraviado, frecuentando las tabernas en harto malas compañías y pasando muchas noches en francachelas y jaranas.

Debían ser mozos del cuartón que escogían las inmediaciones de la torre del Pirata para encontrarse arma en mano. Aquello no iba con él; a la mañana siguiente se enteraría de lo ocurrido. Abrió otra vez el libro, intentando distraerse con la lectura; pero a las pocas líneas se levantó de un salto, arrojando sobre la mesa el volumen y la pipa. ¡Auuuú!

Como los dos hijos no volvieron a casa, el hijo menor quería ir a buscarlos. Su padre le dió su bendición y le regaló un barco de seda. Se metió en el barco y se marchó. Llegó a la misma ciudad y a la misma posada que sus hermanos. Los mozos pusieron su barco con los otros dos. Cuando vio el 35 barco de oro y el de plata conoció que sus hermanos estaban en la ciudad.

Todos los ingenios mozos y viejos, conservadores y liberales, unidos por el amor a la belleza. Me seducían las estrofas de Justo Sierra.... Aun ahora las recito con el entusiasmo de los diez y nueve años. Los jóvenes de aquella época se cuidaban poco o nada de la política.

Se sortearon 476 mozos, á los que correspondieron 9 soldados. Se vacunaron 341. Asistieron á las escuelas 160 niños. Se incoaron 9 causas, y el número de cuadrilleros y de caudillos ascendían, los primeros al número de 43, y de 29 los segundos. Como edificios no hay ninguno digno de citarse, excepción hecha de la iglesia y el convento.